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Seriamente comprometidos a ser Santos



¡Bendiciones en este día de acción de gracias por el don de nuestra vocación! Al visitar a los Oblatos por el mundo, veo cuán cerca estamos de los pobres y que nuestra vida se caracteriza por la sencillez y la disponibilidad. Estoy convencido de la necesidad de nuestro carisma en la vida de la Iglesia. Llevamos a la gente a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y, en nuestra cercanía a los pobres, también recibimos a Cristo. Quisiera recordar particularmente dos aniversarios que este año celebramos. En marzo de 1813, el joven Padre de Mazenod dio, en la iglesia de la Magdalena, su famosa homilía sobre la dignidad de los pobres. ¿No es para nosotros este aniversario una invitación a renovar nuestro compromiso con los pobres, con el ministerio de la predicación, el estudio de la Palabra, a hablar en la lengua de la gente que servimos y a comprometernos con el ministerio de la justicia junto con los pobres? Celebramos los doscientos años desde que Eugenio de Mazenod comenzara la Asociación de la juventud cristiana en abril de 1813. Renovemos nuestros esfuerzos a favor de la acción misionaria y de la juventud (les invito a leer nuestra revista Oblatio I-2012/3 sobre el compromiso con el ministerio juvenil).

Estamos a medio camino entre dos capítulos generales y nos estamos preparando para la Intercapitular de abril en Tailandia. Allí, provinciales, superiores mayores y el Gobierno Central se reunirán para “evaluar cómo se han llevado a cabo las decisiones del Capítulo precedente, estimular la ulterior puesta en práctica de estas decisiones y asegurar la preparación remota del Capítulo siguiente” (R. 128 e), que coincidirá con el 200º aniversario de nuestra fundación. La Intercapitular mantiene presente en nuestros pensamientos y corazones el compromiso con una profunda conversión a Jesucristo personal y comunitaria.

La Intercapitular no puede considerarse separadamente del último Sínodo de octubre para la Nueva Evangelización y del Año de la Fe, que ahora vivimos. El reciente Sínodo llamó a la conversión de la vida del que evangeliza: “La renovación personal dará mayor capacidad de penetración a nuestra presencia en el mundo, donde llevamos a la práctica la esperanza y la salvación que nos han sido dadas por Jesucristo (Lineamenta nº 17, Sínodo de 2012). Las nuevas técnicas por sí solas no llevarán la Buena Nueva a los demás, sino que son nuestras vidas, transformadas por el encuentro con Jesucristo, las que serán testimonio convincente del Evangelio. El Año de la Fe, en la misma línea, constituye “una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados” (Porta fidei nº 6).

Los miembros del Capítulo General de 2010 destacaron cinco aspectos de la vida oblata que reclaman una profunda conversión personal y comunitaria: comunidad, formación, misión, liderazgo y finanzas. Esta enumeración es sólo una introducción a una reflexión más profunda sobre cómo debemos responder al llamamiento del Espíritu a la conversión. El llamamiento del Capítulo a nuestra conversión implica muchas cosas, que resuenan también en los desafíos que nos presentan el Año de la Fe y el Sínodo sobre la Nueva Evangelización. Cito un breve extracto de una presentación del Superior General de los Misioneros Combonianos a la Unión de Superiores Generales:

Creo que uno de los primeros elementos que emergen de la necesidad de entrar en un proceso de nueva evangelización concierne primeramente a la persona del misionero, el evangelizador (...). Nosotros, los misioneros, sentimos que somos llamados a comprobar la calidad de nuestras vidas, especialmente en lo referente a la correspondencia entre lo que anunciamos y lo que vivimos.

Los requisitos de la nueva evangelización nos empujan seriamente a examinar nuestra conciencia para comprender hasta qué punto nos comprometemos con todo nuestro corazón a servir a los más pobres y abandonados, a ser uno con los marginados de nuestro tiempo para defender su causa y para vivir la solidaridad y el compromiso que nacen del Evangelio.

La nueva evangelización ha de comenzar por configurar al nuevo evangelizador (...). El misionero que acepta consagrar su vida a la evangelización es llamado a vivir en un proceso de conversión (...). En este sentido, la nueva evangelización lleva al misionero a la conciencia de la dimensión santificadora de su ministerio, recordándole que el único propósito del ministerio de uno es lograr el deseo más profundo de Dios: que todos los hombres sean santos, como Él” (P. Enrique Sánchez G. MCCJ).

Al celebrar el aniversario de la aprobación de nuestras Constituciones y Reglas, recordemos el deseo de San Eugenio de formar “una sociedad para dedicarse más eficazmente a la salvación de las almas y a la propia santificación” (Prefacio, 1825). Los Oblatos estuvieron muy seriamente comprometidos a hacerse santos, lo cual estaba directamente relacionado con su eficacia como misioneros. Ello sigue siendo válido hoy. Si hemos de estar disponibles y ser valientes para asumir la más difícil de las misiones haciendo “frente a los desafíos de hoy de nuestros distintos contextos, que incluyen la globalización, la secularización, la inculturación y las tecnologías de la información”, si hemos de ir más allá de hacer “por inercia lo que estamos acostumbrados a hacer”, si hemos de “cruzar fronteras y ser interculturales”, si hemos de vivir juntos “en comunidades apostólicas”, hemos de estar espiritualmente vivos del todo y tomar en serio el llamamiento a ser santos. La conversión nos llevará a la santidad, a un espíritu creativo y audaz que lo intente todo, así como a la conciencia más profunda de nuestra oblación. La conversión nos preparará para armonizar nuestras vidas con cualquier misión (las palabras citadas están tomadas del documento del Capítulo de 2010 “Conversión”, apartado “Nuestra misión oblata”).

El Fundador escribió en el Prefacio en 1825: “No basta, con todo, que estén convencidos de la excelencia del ministerio a que son llamados. El ejemplo de los santos y la razón misma prueban claramente que, para el feliz éxito de tan santa empresa y para mantener la disciplina en una sociedad es indispensable fijar ciertas normas de vida que aseguren la unidad de espíritu y acción entre todos los miembros. Esto es lo que da fuerza a los organismos mantiene en ellos el fervor y les asegura la permanencia”.

En los días cercanos al 17 de febrero, día de gran gracia para nosotros, les invito a ustedes a leer en oración el Prefacio y los números 1-44 de nuestras Constituciones y Reglas, a las que nos hemos comprometido públicamente. Permitan que las Constituciones les cuestionen, les llamen al cambio y que profundicen y aviven su vida oblata con un celo fresco. Creo que el Espíritu nos está urgiendo a ello, nos ofrece un tiempo de gracia y renovación para que cambiemos y abracemos plenamente nuestro modo Oblato de vida de un modo apasionado.

Pido a María Inmaculada y a San Eugenio que intercedan por el “éxito de tan santa empresa”.

¡Feliz fiesta!


P. Louis Lougen OMI
17 de febrero de 2013

Comentarios

  1. Gracias por su mensaje. Que Dios y Maria Immmaculada les bendiga y les siga dando fuerzas para seguir.

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