«A los que con habilidad os dedicáis a engañar a los demás. Estudiantones de sopa. Lepra de universidad». Estos versos populares me recitaba siempre el Hermano Vicente Magaña durante mi escolasticado en Pozuelo, cuando tocaba a mi cuarto por las tardes y yo le decía que estaba estudiando. Entonces entraba, se sentaba y decía: «chavea, cuéntame tu vida». Todavía hoy, si cierro los ojos, puedo ver su cara asomándose a través de la puerta entreabierta con su sonrisa burlona, recordándome lo realmente importante. Son esos versos los que han venido a mi mente de un modo incesante desde ayer, cuando después de largo tiempo, pude defender la tesis doctoral en teología. Nunca he tenido grandes pretensiones, e intento contener las ínfulas de grandeza procedentes de ciertos honores humanos. Pero si algo me hace recordar quién soy y quién sigo siendo, son personas como mi añorado Magaña, que se sorprendía de mi falta de lecturas clásicas -Cicerón, Julio César- y, aun así, me apreciaba profunda