JAFFNA, LA MISIÓN OBLATA CONTINÚA
Hace unas semanas he tenido la
oportunidad de conocer la Misión de los Oblatos en Jaffna, en la maravillosa
isla de Sri Lanka. Una isla exuberante en muchísimos sentidos: la belleza y la
diversidad que ofrece su naturaleza, la multitud de templos de las religiones
con más fieles en el mundo y más aún la belleza y simplicidad de los hombres y
mujeres que hemos encontrado. Y el té, claro, el té. Pero lo que más atrapaba mi mente y corazón
durante la visita era la misión oblata, como memoria del pasado y como actualización
del carisma hoy.
Memoria Agradecida. “La alegría evangelizadora siempre brilla sobre
el trasfondo de la memoria agradecida: es una gracia que debemos pedir”
(Evangelii Gaudium 13). Pues esa gracia
me fue regalada en la visita a Jaffna. Después de las lógicas presentaciones y
de decir que yo era un oblato español, casi todos los oblatos de cierta edad de
la provincia de Jaffna reaccionaban de forma similar: “¡Español! Como Padre
Simeón Gómez y Bonifacio González”. Y comenzaban los relatos de anécdotas. Y
sí, era una memoria agradecida.
De Simeón Gómez recodaban su buena planta. En seguida me mostraron una
fotografía que está en la casa provincial. Entre todos los oblatos de la
Provincia de Jaffna se ve a Simeón Gómez en plena madurez, bien plantado, alto,
con barba crecida. Recuerdan que le gustaba comer bien. Su estrategia misionera
cuando visitaba las casas era saludar diciendo ¿qué tenemos hoy para comer?
Pero atención, que es conocido por visitar las casas más pobres de su misión.
Dicen que le gustaba cantar y que enseñaba a los niños a cantar. Quedé
impresionado con un oblato que muy emocionado me dijo que él debía su vocación
al P. Simeón que por otra parte parecía un buen animador vocacional. Proponía a
cada familia católica que uno de los hijos o hijas se consagraran al Señor como
religiosos o sacerdotes. En el impresionante cementerio católico de Jaffna,
entre tantos oblatos nativos y extranjeros, reposan los restos de nuestro
hermano Simeón. Allí pude agradecer su testimonio misionero hasta la muerte, un
testimonio que en su sencillez todavía inspira a algunos que abrazaron la vida
oblata en esta isla maravillosa.
De Bonifacio González cuentan aventuras sin fin. Parece que era un
“probador de diáconos” ya que cada año enviaban a su misión a uno o dos
diáconos. No sé si la intención era ver si resistían o no. Lo cierto es que yo
me encontré con varios de ellos que no paraban de contar historias. Que si era
un gran cazador… y empezaban a contar aventuras de cuando iban con él a cazar.
Que si era un todoterreno, resistente a todas las pruebas. De él hablan también
de su manera particular de hablar el tamil. Parece que tenía esa cualidad,
común en muchos de nosotros, de “españolizar” cualquier lengua que hablamos.
Todos reconocen con admiración que trabajó en la zona más pobre y que estaba
muy cercano a los más pobres de entre los pobres. Y que era muy amado por
ellos. Todos los años iba en peregrinación a Nuestra Señora de Madhu y era él
el que se destacaba por su piedad y por organizar las procesiones
multitudinarias y las vigilias de oración en este santuario tristemente célebre
por haber sido bombardeado durante la guerra hace unos años. No me fue difícil
recorrer miles de kilómetros para trasladarme con mi oración al cementerio de
Pozuelo y hacer memoria agradecida por Bonifacio que vino a morir a España.
La misión en Jaffna hoy. “A veces se trata de escuchar el clamor de
pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra, porque “la paz se
funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino en el de los
derechos de los pueblos” (Evangelii Gaudium 190). “El imperativo de escuchar el
clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las
entrañas ante el dolor ajeno” (Evangelii Gaudium 193). ¿Cómo es la misión de
los oblatos en Jaffna hoy? Evidentemente aquí no podemos escribirlo todo. Pero
sí al menos dejar constancia de lo que más me impresionó. Hay dos palabras que
hacen que a los oblatos y a la gente de Jaffna se les llenen los ojos de
lágrimas: la guerra y el tsunami. Ambas palabras han dejado graves heridas en
el corazón de tantos hombres y mujeres en Jaffna y también en los corazones de
los oblatos.
Emociona visitar la Iglesia
memorial por las víctimas del tsunami, Iglesia que diseñó un oblato aprovechando
lo que quedó en pie después que el tsunami matara a tantos en tan poco tiempo.
Aprovechando todos los pilares de la Iglesia quedan escritos en memorial el
nombre de todas las víctimas que murieron. Pero víctimas también fueron los
huérfanos, viudas y tantos pobres que el tsunami dejó a su paso y que dejó
heridas que todavía duran.
Emociona ver a los oblatos que
estando ellos mismos profundamente heridos van a curar las heridas de sus
hermanos que sufrieron todas las desgracias de una guerra que oficialmente ha
sido declarada terminada. Heridos sí. No puede dejarnos impasible escuchar las
historias de oblatos que fueron desplazados y vivieron en campos de refugiados,
con hambre y sin techo fijo, temiendo las bombas que caían a uno y otro lado; o
los que perdieron su familia durante la guerra; o de los que durante sus años
de formación en el noviciado y en el escolasticado no supieron si sus familias
estaban vivos o muertos; o los que fueron directamente heridos, encarcelados o expulsados
de su propia tierra. Como buenos discípulos del Pastor que con sus heridas curó
las nuestras, ellos se dedican en cuerpo y alma por curar las heridas de los
otros creando centros de escucha y apoyo, nuevos colegios y orfanatos, centros
para la reconciliación y para reclamar que sean respetados los mínimos derechos
que llaman humanos. Ellos se vuelcan en la predicación de misiones y en la
atención pastoral a tantos que no pueden soportar el sufrimiento y se ven
tentados de dar su espalda a todo y a todos.
Monseñor Andradi, omi |
El mismo día que nosotros
tomábamos el avión de regreso un oblato fue detenido y durante tres largos días
interrogado. ¿Casualidad? Todavía siguen las investigaciones. La presencia militar
lo invade todo y no les gusta que los oblatos estén cerca de los heridos por la
guerra y reclamen sus derechos. Aquí la oblación, dar la vida, significa
también ponerla en riesgo, un riesgo concreto que se hace sentir cada día. Pero
los oblatos siguen curando y luchando. También por la reconciliación, trabajando
juntos, oblatos cingaleses y tamiles, aunque no es fácil. Como el Obispo oblato
Monseñor Andradi, cingalés, que levanta su voz para que sean respetados los
sentimientos humanos más elementales como es el derecho de cada uno a sabersi sus familiares
están presos para ir a visitarlos o muertos para poder llorarlos. Y esto después
de casi cinco años en que la guerra se declaró terminada,. Sí, el nombre los
Misioneros Oblatos de María Inmaculada hoy en Jaffna (Sri Lanka) es un nombre
querido por los pobres y heridos, 168 años después que S. Eugenio de Mazenod
enviara sus primeros oblatos a estas tierras.
Memoria agradecida, que si es
verdadera, nos lleva al compromiso concreto allí donde cada uno vivimos o tratamos
vivir aquello de “ser levadura de las Bienaventuranzas en el corazón del mundo”(Constitución
11).
Quiero dejar patente aquí mi sincera gratitud al P. Chicho por este relato emocionante. Aquí en casa tenemos callados testimonios de ese sufrimiento. Uno de nuestros jóvenes oblatos srilankeses, estudiante de teología, estuvo a punto de ser atrapado por el tsunami y luego, durante la guerra, malvivió en un campo de refugiados sin saber el paradero de su familia. Los PP. Gómez y González, dos misioneros gigantes. Gracias a Nosotros Omi por publicar este reportaje. JMV
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