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Experiencias desde el Viaje Misionero (1)


Esta experiencia me ha permitido tener la oportunidad de conocer otra realidad, abrir los ojos y mirar cara a cara la situación de otras personas, empapándome de su cultura. Salir de esos terrenos en los que uno se encuentra cómodo, porque los conoce, los entiende y los domina, puede volverte más permeable, más capaz de dejarte convertir, más abierto a dar y recibir.

Hemos sido conscientes del contexto en el que nos adentrábamos y nos hemos descalzado para mojarnos del espíritu senegalés de fraternidad y amistad. Aunque a menor escala, con mi grupo me he sentido reflejo de esa teranga.

La sensación que me queda es que el viaje no termina, de hecho, acaba de empezar. La realidad de aquellas vidas ligado al profundo sentido de la teranga me ha ayudado a reordenar mis propios horizontes y a desvanecer cualquier posible frontera existente con los márgenes. Ahora nos toca ayudar a hacer visible lo que para muchos es invisible.

David Hernández Pedregal



El surrealismo y la magia que han rodeado cada una de las experiencias allí vividas no deja lugar a dudas: nuestro tiempo en la tierra de la Teranga ha transcurrido en una dimensión paralela. 

Había también gente, gente maravillosa que nos ha abierto las puertas de su casa y de su corazón. Gente que nos ha prestado sus ojos para ver lo que antes no podíamos, sus zapatos para andar los caminos que antes eran imposibles y sus manos para tocar los djembés que creíamos mudos. Nos dieron tantas, tantas cosas, que probablemente nunca podamos devolver ni la más mínima parte de lo recibido.

Para vernos, nos dejaron también espejos. En ellos se reflejaron nuestras ridículas manías y preocupaciones, las deformaciones de un mundo encorsetado por la tinta y el metal.

Nos dio vergüenza mirarnos, aunque no todo fuera malo.  Desviamos la vista de los espejos para mirarnos entre nosotros y descubrir lo que crecía bajo el moreno acumulado en días de sol y sudor. Amor, madurez, comprensión. Una piel nueva creció, aún crece, bajo la corteza del mundo antiguo. Desde dentro, una nueva persona empuja, regada por el jugo de mango y el agua de Casamance. Lo que empezó entre baobabs y plantaciones de Mijo continúa ahora entre olivos y sierras nevadas. 

Mi experiencia, nuestra experiencia en Senegal va acompañada de un gigantesco signo de interrogación. Nos persigue cada día: en el coche, cuando un Santa Claus nos vende pañuelos desde el otro lado de la ventanilla; en la calle, cuando una mano desconocida se tiende dubitativa hacia nosotros; en casa, cuando las noticias hablan de tierras lejanas y desconocidas. La pregunta es eterna: ¿Qué podemos hacer nosotros? La respuesta está en el camino, el que nos queda por recorrer. Quizás la respuesta sea el camino.

Francisco Palma Arco

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