«A vosotros, trompeteros»

 


«A los que con habilidad os dedicáis a engañar a los demás. Estudiantones de sopa. Lepra de universidad». Estos versos populares me recitaba siempre el Hermano Vicente Magaña durante mi escolasticado en Pozuelo, cuando tocaba a mi cuarto por las tardes y yo le decía que estaba estudiando. Entonces entraba, se sentaba y decía: «chavea, cuéntame tu vida». Todavía hoy, si cierro los ojos, puedo ver su cara asomándose a través de la puerta entreabierta con su sonrisa burlona, recordándome lo realmente importante. Son esos versos los que han venido a mi mente de un modo incesante desde ayer, cuando después de largo tiempo, pude defender la tesis doctoral en teología. Nunca he tenido grandes pretensiones, e intento contener las ínfulas de grandeza procedentes de ciertos honores humanos. Pero si algo me hace recordar quién soy y quién sigo siendo, son personas como mi añorado Magaña, que se sorprendía de mi falta de lecturas clásicas -Cicerón, Julio César- y, aun así, me apreciaba profundamente.


La otra idea que tuvo a bien visitarme al recibir la nota del trabajo expuesto, fue la de parangonar a mi tocayo Camus, abundando siempre en la desemejanza fundamental de toda analogía, pues él había recibido un nobel de literatura y yo un sencillo doctorado, el cual adornará mi ridiculum vitae a partir de ahora. Sin embargo, la intención de fondo es la misma, pues al igual que el literato francés se acordó en primer lugar de su madre y del maestro que le enseñó a leer, yo deseo poner de relieve a mi madre y a los sabios oblatos Hermanos que el Señor ha puesto en mi vida, enseñándome la verdadera sabiduría, esa que no aparece en los libros. De ahí proceden estas letras compartidas con la familia oblata.



Sostengo en mi tesis que toda la teología de Joseph Moingt se basa en una distinción: la fe es continúa en su acto y variable en su pensamiento. Puede que yo tenga un raciocinio más fino y acabado, pero la constancia y la fidelidad, el ejemplo en una palabra, proceden de personas como mi madre, verdadera creyente, quien me enseña confiar en Dios día a día. Decía san Pablo VI que el mundo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros y, si escucha a estos últimos, es por ser testigos. Yo he tenido el privilegio de tener una testigo de la fe desde antes de aprender a leer y escribir. No todos tienen esta suerte, este don. Soy consciente de que el Señor me va a exigir mucho por ello. Hoy solo puedo darle gracias, porque sin ella nada de aquello por lo que me felicitan habría sido posible.



En este mismo sentido, mis «maestros» -seguimos con el modelo de Camus- han sido tantos oblatos Hermanos: hombres sencillos, entregados. En este día en el que muchos pensarán -erróneamente- que soy muy inteligente, yo siento el deseo de expresar mi afán de parecerme a ellos. Empiezo por el Hermano Alfredo, mi mejor formador, sin ninguna duda. Siempre que fui a su cuarto lo encontré con un libro entre las manos. En los momentos más difíciles supo animarme, consolarme y valorarme. Fuera a parte -como dicen mis queridos malagueños- de que, siendo ecónomo, siempre me tapaba y me daba permiso para comprarme libros de literatura, con diálogos del tipo: - «Alfredo, me ha dado mi tía dinero, ¿puedo comprarme Vivir para contarla, de Gabriel García Márquez?»-; con la consabida respuesta: -«dice, no preguntes y luego me lo dejas»-, porque en esas ocasiones siempre hablaba en tercera persona. Mi más sincero y sentido homenaje. Si estoy celebrando este título, gran parte de culpa la tiene él.



Ya mencioné a Vicente al comienzo, por eso paso a otros grandes oblatos Hermanos. A Misael, con quien compartí tantas anécdotas, repitiéndome siempre -«¡todo pasa, hijo mío!»- y que me enseñó cómo el Concilio lo cambió todo. A Nicolás, quien componía poesía -¡qué envidia!- y, sobre todo, era un modelo de humildad. A Sebastián, a quien conocí ya mermado por la enfermedad, pero que fue maestro de algunos niños en el Sáhara. Todos ellos sabios, porque «el corazón tiene razones, que la razón no entiende» (Pascal).

 



La memoria es el discurso que hace hablar a los muertos, dice Joseph Moingt. Algunos de estos Hermanos ya han cumplido su misión, pero permanecen vivos para mí. Al igual que mi padre, a quien también deseo rendir un pequeño tributo. Dice Leiva en una de sus canciones: «me descubro pensando en mi viejo, cada día un ratito me pasa»… y sí, me pasa. En esas ocasiones, muchas veces le recuerdo riéndose con gusto de un chiste de Zipi Zape que le hacía mucha gracia, donde el padre de los famosos mellizos exclamaba: «mis hijos son muy listos, van a ser ingenieros de pocilgas y charcas». Me gusta imaginarle en el cielo sonriendo por su hijo, junto a Magaña y a otros seres queridos.



Puede resultar vanidosa un última confesión, pues nunca existen las motivaciones puras: mi única pretensión para estudiar un doctorado ha sido la de buscar más al Señor en mi vida, como una forma personal de llevar a cabo la petición realizada por el sacerdote antes de comulgar: «jamás permitas que me separa de Ti»;  y sólo espero una cosa, no confundir a nadie con mi osadía de hablar de Aquel que es inenarrable (cfr. Is 52, 15), pero nos dio la oportunidad de conocerle al hacer a su Hijo uno de nosotros por la fuerza del Espíritu  en el hermoso día de Navidad. Ojalá se cumpla este sincero anhelo. Dios me ayude. Amén.


Alberto Ruiz González, omi. 


Comentarios

  1. Dios te ayude hermano! Así como tu tienes tus referencias, eres también referente para otros. Qué alegría esta aventura intelectual. Un abrazo grande!

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  2. Preciosa reflexión hermano.
    No cabe en mi corazón más alegría que la de ser tu hermana mayor, que, aunque menor en altura y sabiduría, siempre supo que llegarías lejos.
    Lejos por tu tesón y trabajo, por tu esfuerzo y constancia, por tu seguridad y compromiso. Lejos porque el que se humilla será enaltecido y hoy estas palabras toman sentido pleno en ti.
    Es un honor tener un hermano pequeño al que admiro tanto. Sabes que siempre lo he hecho, pero la sencillez de tu discurso te hace aún más grande. Enhorabuena.
    Te quiero.

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  3. Joseph Moing est un excellent théologien français,je crois. François Dupont, omi.

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