El pasado jueves, ocho de agosto, nos dejó nuestro querido hermano Fermín del Blanco, a los 92 años de edad. Cualquiera de los que tuvimos la ocasión de cruzar unas palabras con él recordaremos muchas jugosas y suculentas anécdotas salpicadas con frecuencia, aquí y allá, con una sencilla pregunta: -¿entiendes? Era esta una muletilla muy suya, que le infundía un carácter propio, diferente, haciéndole fácilmente reconocible. Ya se tratara del enim -aquel cura escrupuloso que repetía la fórmula de la consagración e imitaba el sonido de la campanilla en ausencia del monaguillo-; o del serrucho bajo tus pies amenazando el discurso en lo más alto del mismo; o del as en la manga y la multitud de bolsillos escondidos para atenuar del voto de pobreza, no faltaba la interpelación ¿entiendes? y la sonrisa pícara y cómplice.
Pero si titulamos así la entrada de nuestro blog no es sólo por este rasgo tan suyo, sino también por algo que marcó la vida de este leonés nacido en Lois: su labor como traductor al servicio de la Congregación. Gracias a Fermín muchos hemos podido entender, en la lengua de Cervantes, cartas del Fundador, de los Superiores Generales, documentos de los Capítulos… un sin fin de textos que, debido a su trabajo callado, riguroso y constante, pudieron ser leídos por quienes no recibimos el don de lenguas el día de Pentecostés. Como buen conocedor del Evangelio, puso a rentar lo recibido y, ciertamente, dio mucho fruto.
Amante de los idiomas, siempre recomendaba a todos la lectura de buenos libros en español para traducir sin giros extraños al mismo. Esta afición de nuestro hermano había comenzado durante su infancia en la escuela de latín de su pueblo, caracterizado además por una hermosa iglesia de mármol rosado calificada como la catedral de la montaña. De la montaña leonesa pasó al juniorado de los Oblatos a los catorce años, donde coincidió con hermanos muy conocidos por todos nosotros como Amador de Lucas, Abella y Otilio. Fue enviado a Roma para estudiar en el postnoviciado internacional y regresó a España, a la casa de Pozuelo, donde fue profesor de materias de filosofía.
Continuó este ministerio de formador en Chile, aunque allí le añadió otros más volcados hacia el exterior, como la capellanía de la cárcel y su trabajo como periodista, llegando a firmar artículos en un periódico de tirada nacional llamado Sol. En definitiva, ayudando a entender, una vez más, la realidad que le rodeaba. Incansable contador de historias con gracejo, una de las más repetidas era su experiencia en barco desde Chile hasta España, en la cual, durante la mayor parte de los días, no se veía nada más que el mar. Cuando al fin divisó la tierra patria, las cosas habían cambiado bastante. La crisis vocacional del postconcilio había hecho mella en la Provincia y, lo que era seminario, fue transformado en la actual casa de espiritualidad de Emaús. A esta transformación también contribuyó nuestro hermano, antes de ser enviado a Roma, a la casa general, para desempeñar la labor de traducción -ya reseñada-, a la que consagró más de treinta años de su vida.
Los últimos años, previo paso por Pozuelo, los vivió en la comunidad de Diego de León. Aunque la salud iba disminuyendo, lo que se notaba especialmente en su falta de movilidad, Fermín continuó cultivando su espíritu, haciendo buena la máxima de san Pablo a los corintios: «aun cuando nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día» (2 Cor 4, 16). De hecho, a la lectura de las cartas paulinas dedicó gran parte de sus últimos días y así, cuando se entraba en su cuarto a visitarle, a parte del agradecimiento y la amable sonrisa, se le solía encontrar leyendo o bien la Biblia, o bien al Fundador -siempre que no fuera el momento del rezo de la Liturgia de las Horas. De este modo también nos ha enseñado a entender, con su testimonio, aquello de que la formación es una tarea continua.
Gracias, querido Fermín, por tu amor a la Congregación, a la Iglesia y a la Palabra. No conseguiste que introdujeran la palabra entidad, en vez de unidad en las Constituciones y Reglas, pero nos advertiste de la importancia de ser precisos en el uso del lenguaje. Como escribe Ferdinand Ebner «la lengua es de origen divino, algo “sencillamente trascendente”, “sobrenatural”, un hecho de la vida espiritual, no de la vida natural. De Dios tuvo que venir la palabra a la vida, puesto que la vida no hubiera sido capaz desde sí de encontrar el camino para la palabra, que creó y despierta en el hombre la vida del espíritu».
Siempre te recordaremos con cariño y estamos seguros de que san Eugenio de Mazenod, a quien tanto llegaste a conocer con tus lecturas, te habrá dado la bienvenida a nuestra querida comunidad oblata del cielo. En ella te esperan todos aquellos hermanos y seres queridos que conociste en tu vida y a quienes tenías apuntados en tu pequeña agenda, para honrar su memoria y rezar por ellos el día de su fallecimiento. Seguro te habrán recibido con agradecimiento. Descansa en paz hermano.
Un honor escuche su palabres ! Esta en brazo de Jésus ahora....Amen
ResponderEliminarEl Padre Fermín del Blanco estaba en Chile cuando lo conoci, en 1966. Llegamos a ser muy buenos amigos. Volví a verle, cuando estudié en Roma en 1987. Seguimos communicando por correo postal y
ResponderEliminarinternet hasta este último més de julio, por la San Fermín. Doy gracias al Señor por la santa vida sacerdotal y misionera de este querido Padre Oblato y su fiel amistad.
Susana Labelle, Misionera de la Inmaculada Concepción, de Canadá.
Toutes mes condoléances à la communauté de Diego de Léon.
ResponderEliminarAmiga de Fermin,
Anne-Marie Labelle . (Canada).
Deseo la comunidad de Diego de León el Padre Fermín los últimos nomentos de su vida hacia memoria de la experiencia de la atención específicamente a la cárcel de Antofagasta . Gracias por su recuerdo
EliminarDescansa, ya estás en los brazos del Padre, has concluido tu servicio directo entre nosotros. Pero nos quedan tus enseñanzas.
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