Meditación el P. General
En el pasado encuentro de formación permanente de los jóvenes oblatos en los 15 primeros años del ministerio, el P. General les escribió e hizo llegar la siguiente meditación. POR SU INTERES LA REPRODUCIMOS COMPLETA.
Necesitamos una profunda conversión personal y comunitaria: Nuestra Misión Oblata
En nuestro documento del Capítulo “Conversión”, hay una pregunta que viene del Informe del Superior General al 35º Capitulo General: “¿Discernimos hoy la voluntad de Dios respecto a nuestra misión congregacional de evangelizar a los pobres o simplemente seguimos haciendo por inercia lo que estamos acostumbrados a hacer?”
Esta pregunta pudiera ser olvidada y pasada por alto rápidamente. Llama la atención a la luz de la profunda conversión a Jesús a la cual hemos sido llamados. Aquí voy a mirar a las cinco frases aunque no en ese orden:
¿Discernimos la voluntad de Dios?
…de nuestra misión congregacional?
…de evangelizar a los pobres?
…o simplemente seguimos haciendo por inercia?
… lo que estamos acostumbrados a hacer?
1.- ¿Estamos actuando por inercia? Aquí tenemos una definición de inercia: “Una tendencia a hacer nada o a permanecer sin cambiar”: Inercia burocrática. ¡Qué palabra más terrible! Es exactamente lo opuesto al celo de nuestro Fundador y es contrario al Evangelio. Esto significa que no continuamos ardiendo con la vida de Dios, con el Evangelio, con la pasión de formar la comunidad de la Iglesia. Inercia significa muerte. ¿Es esta nuestra realidad hoy? ¿Cuál es el antídoto contra la inercia? Joel 3, 1 ¿ya no soñamos más sueños ni tenemos visiones? Lucas 4,16 ¿ya no bebemos del pozo del Espíritu que nos ha ungido? 2Tim 1,6 “Te recuerdo, reaviva las llamas del don que has recibido” La Misión es de Dios. Como misioneros estamos simplemente llamados y enviados en una interacción de donación de vida con un Dios apasionado. Tal vez hemos sido constreñidos en la inercia por un sentido de ser sobrepasados por la realidad de los pobres de hoy, el poder de los medios de comunicación sobre la sociedad, la seducción de la globalización tecnológica y la indiferencia o el antagonismo hacia la religión/la Iglesia/ Dios en nuestras sociedad. Tenemos que reavivar las brasas de nuestra fe en las pequeñas cosas hechas con el poder de Dios que derribó a Goliat y los muros de Jericó. Nuestra fe ve el efecto del pequeño grano de mostaza, la levadura en la masa y el poder de la cruz. ¿Lo creemos?
2.- ¿Estamos simplemente haciendo lo que estamos acostumbrados a hacer? De ninguna manera eso es misión. Ahí no hay visión, pasión, energía o imaginación. Un misionero está en diálogo con Dios, y con aquellos en torno a él y con la realidad. Él responde a las necesidades, pero no impulsivamente, sin reflexión ni discernimiento. El corazón de San Eugenio abrazaba a los pobres y donde fuera que vio necesidades comenzó a actuar y organizar una respuesta. Su corazón pertenecía a Dios y por eso pertenecía a los pobres, los que sufren y los necesitados. Su corazón siguió dándose a sí mismo a sus oblatos, su Diócesis y su pueblo. Estamos llamados a una profunda conversión saliendo de los viejos modelos e imaginando nuevas respuestas a las nuevas situaciones de los pobres. Estando en contacto con Dios y a través de una relación viva con Él nos da la fuerza como misioneros, llamados y enviados, movidos a abrazar profundamente, para hacer acciones misioneras más comprometidas, para crecer en amor y coraje. Eso no tendrá nada que ver con la misma y vieja rutina. Piensen en las llamadas de Abraham, Moisés, Jeremías, Isaías, María. ¿Cómo podemos abandonar lo conocido y familiar, cómo atravesar fronteras, tal como los Capítulos recientes nos han invitado?
3- ¿Discernimos la voluntad de Dios? Si creemos en el Dios viviente y estamos en relación con Dios, entonces necesitamos escucharlo para tomar la orientación y permitirnos ser llamados tanto comunitaria como personalmente. El Don del Valor del Espíritu nos capacita para retroceder y preguntarnos sobre lo que estamos haciendo, por qué lo estamos haciendo, a evaluar nuestras acciones y dedicar tiempo en la oración para preguntarle a Dios. “Señor, ¿qué quieres de mí, de nosotros?” La llamada a una profunda conversión hecha por el Capítulo de 2010 es la llamada del Espíritu para convertirnos en hombres de discernimiento, en diálogo con Dios, escuchando juntos como comunidad y como individuos, para descubrir la misión de Dios y cómo podemos cooperar con Dios y ser misionados por Él. Un peligro es el de dar esto por supuesto y pensar que conocemos la voluntad de Dios sin el duro trabajo de la oración, discusión, estudio y reflexión. Es un trabajo duro pero también una fuente de vida y alegría para estar en diálogo con Dios y para ser guiados en nuestro camino. Una tentación es presuponer que estamos haciendo la voluntad de Dios (solo) porque estemos haciendo un buen trabajo y acciones religiosas. Hemos perdido el sentido de la misión cuando hacemos las mismas cosas por años porque nos gustan, porque la gente nos quiere, porque funciona, etc.
4.- La misión de la Congregación: Nuestras Constituciones y Reglas nos dan una gran visión misionera de San Eugenio con palabras contemporáneas. Tenemos directivas generales que nos dan una orientación y un marco para evangelizar a los pobres. Cada Provincia, Delegación y Misión tiene que ser una comunidad que discierne, que dedica tiempo a escuchar juntos la voz de Dios que está hablando en las Escrituras, en nuestras Constituciones y Reglas, a través de la Iglesia local y en la realidad de los pobres. Al escuchar esas voces con una actitud orante estamos permitiendo a Dios que nos guíe para que seamos participantes en su misión. Juntos, con la luz del Espíritu, una Provincia de Oblatos hace un proyecto con sus prioridades a través de la escucha, la oración, la discusión de todos los miembros. Cada uno se compromete a estar disponible para el proyecto común y entra en un diálogo con los superiores para discernir cómo cada oblato podría servir mejor. El voto de obediencia vivido con generosa disponibilidad le hace a uno misionero. La misión de la Congregación es extremadamente desafiante, absolutamente necesaria y su éxito (en términos evangélicos) depende de ser planificada y vivida en y a través de la comunidad.
5.- Para evangelizar a los pobres: El objetivo íntegro de nuestras vidas es evangelizar a los pobres y crecer en santidad. ¿Quiénes son hoy los pobres que están abandonados? ¿A quién estamos llamados a servir en este contexto? El coraje de entrar en un diálogo de discernimiento con Dios y más tarde la libertad y el valor de dejar lo que nos es conocido y familiar nos llevará a aquellos a los que Dios quiere que sirvamos hoy. Vemos nuevas formas de pobreza y los muchos rostros de los pobres nos cuestionan. Debemos discernir prioridades y evangelizaremos a través de pequeñas acciones evangélicas en favor de los pobres. Estoy convencido de que una tal evangelización se hace por y a través del testimonio de una comunidad que discierne. Evangelizar a los pobres requiere una comunidad de Oblatos que cultiva y vive la relación con Dios, una vida compartida en común marcada por la simplicidad y el compromiso de rezar, escuchar y discernir. Esta comunidad apostólica es la luz de Cristo alumbrando en las tinieblas, una brillante proclamación del Evangelio que evangeliza y llama a la gente a seguir a Jesús. Para participar en la misión de Dios de evangelizar a los pobres nosotros mismos debemos caminar en un proceso de profunda conversión. Una comunidad de misioneros que da testimonio por su vida que en Dios lo tenemos todo (en vasijas de barro) y que irradia el poder de la vida/amor de Dios. Irresistiblemente evangeliza y atrae a los pobres a la gracia de Dios.
P. Louis Lougen, omi Superior General.
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