Testimonio vocacional en el Año de la Vida Consagrada
Con motivo del Año de la Vida Consagrada, convocado por el Papa Francisco para toda la Iglesia, la Diócesis y la CONFER de Madrid han promovido una bella iniciativa: la presentación actualizada y testimoniada de los carismas religiosos presentes en la capital de España.
Aprovechando que los Misioneros Oblatos también han presentado su carisma, en Nosotros OMI compartimos el testimonio del p. Alberto Ruíz omi, oblato oriundo de Madrid. Agradecemos su testimonio y continuamos rezando para más jóvenes respondan al don de la vocación.
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En enero del año que viene se cumplirán 200 años de la fundación de nuestra Congregación, los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Una Iglesia devastada por la Revolución francesa, con graves dificultades para poder enseñar y celebrar los misterios de Cristo en las zonas rurales, junto con la situación de la juventud del momento, educada en contravalores evangélicos, fueron los detonantes que movieron a san Eugenio de Mazenod, mediante el cual el Espíritu Santo quiso adornar al Pueblo de Dios con un nuevo carisma misionero. Siento algo dentro de mí que me impulsa, escribía a su amigo Forbin Janson, apostillándole: si me vieras, no podrías volver a llamarme culo de plomo.
Muchos años han pasado ya desde entonces y muchas cosas han cambiado, por lo que los religiosos fuimos invitados por san Juan Pablo II a vivir nuestra llamada carismática con una fidelidad creativa (VC 37). Para ello es necesario sintetizar la experiencia fundacional, haciéndola viva y actual. Tres notas podrían definir la respuesta de san Eugenio y, por ende, la de sus hijos, los oblatos: ser sacerdotes, religiosos y misioneros. Todo ello con una devoción y confianza especial en María Inmaculada.
Haciendo memoria agradecida de estos orígenes, puedo describir mi modo de responder a la vocación recibida. Como sacerdote, ordenado hace ocho años, colaboro como vicario parroquial en las dos parroquias confiadas a nuestra Congregación en la Diócesis de Málaga: Nuestra Señora de la Esperanza y Nuestra Señora de Flores, sitas ambas en dos barrios populares de la ciudad. Aquí atendemos a las necesidades espirituales de quienes nos han sido confiados, preparando y celebrando los sacramentos donde se hace presente el amor misericordioso de Dios Padre. Como religioso, desempeño el encargo de ser superior de una comunidad formada por cinco miembros, donde nos animamos a vivir entregados al seguimiento de Cristo intentando ser un testimonio real de comunión y de oración abierto a los que deseen acercarse. Como misionero, en un ambiente secularizado, que afecta de un modo especial a la juventud, desconocedora en nuestro barrio de la fe cristiana, intentamos ir a su encuentro tanto en las escuelas llevadas por religiosos como en los institutos públicos de la zona. Quizá sea éste el aspecto más destacable de continuidad con la experiencia de nuestro Fundador y de nuestro carisma: atraer a los jóvenes a la experiencia de amor misericordioso de Dios experimentado en nuestras vidas.
En enero del año que viene se cumplirán 200 años de la fundación de nuestra Congregación, los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Una Iglesia devastada por la Revolución francesa, con graves dificultades para poder enseñar y celebrar los misterios de Cristo en las zonas rurales, junto con la situación de la juventud del momento, educada en contravalores evangélicos, fueron los detonantes que movieron a san Eugenio de Mazenod, mediante el cual el Espíritu Santo quiso adornar al Pueblo de Dios con un nuevo carisma misionero. Siento algo dentro de mí que me impulsa, escribía a su amigo Forbin Janson, apostillándole: si me vieras, no podrías volver a llamarme culo de plomo.
Muchos años han pasado ya desde entonces y muchas cosas han cambiado, por lo que los religiosos fuimos invitados por san Juan Pablo II a vivir nuestra llamada carismática con una fidelidad creativa (VC 37). Para ello es necesario sintetizar la experiencia fundacional, haciéndola viva y actual. Tres notas podrían definir la respuesta de san Eugenio y, por ende, la de sus hijos, los oblatos: ser sacerdotes, religiosos y misioneros. Todo ello con una devoción y confianza especial en María Inmaculada.
Haciendo memoria agradecida de estos orígenes, puedo describir mi modo de responder a la vocación recibida. Como sacerdote, ordenado hace ocho años, colaboro como vicario parroquial en las dos parroquias confiadas a nuestra Congregación en la Diócesis de Málaga: Nuestra Señora de la Esperanza y Nuestra Señora de Flores, sitas ambas en dos barrios populares de la ciudad. Aquí atendemos a las necesidades espirituales de quienes nos han sido confiados, preparando y celebrando los sacramentos donde se hace presente el amor misericordioso de Dios Padre. Como religioso, desempeño el encargo de ser superior de una comunidad formada por cinco miembros, donde nos animamos a vivir entregados al seguimiento de Cristo intentando ser un testimonio real de comunión y de oración abierto a los que deseen acercarse. Como misionero, en un ambiente secularizado, que afecta de un modo especial a la juventud, desconocedora en nuestro barrio de la fe cristiana, intentamos ir a su encuentro tanto en las escuelas llevadas por religiosos como en los institutos públicos de la zona. Quizá sea éste el aspecto más destacable de continuidad con la experiencia de nuestro Fundador y de nuestro carisma: atraer a los jóvenes a la experiencia de amor misericordioso de Dios experimentado en nuestras vidas.
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