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Como Jesucristo, obligados a huir



“Vamos a Ecuador” nos respondieron cuando les preguntamos el destino de su viaje. Era un grupo de siete jóvenes entre los que se encontraba una muchacha de unos 30 años con sus muletas. Le falta una pierna. Llevan caminando y haciendo autostop cuatro días desde Caracas. Son 643 kilómetros y  les faltan 200 más para llegar a la frontera con Colombia. De ahí, buscar los medios (muchos lo harán andando, otros tantos en autobús) para cruzar toda Colombia y alcanzar su meta. Hasta la frontera con Ecuador son otros 1500 kilómetros.

Este es el particular “Camino de Santiago” del migrante venezolano .Hace poco más de mes y medio (a principios de septiembre) el gobierno Colombiano abría sus fronteras y normalizaba las movilizaciones y trabajos dentro del país. En cuanto se hizo el anuncio ya se podían encontrar grupos de jóvenes caminando por la carretera, en dirección a la frontera. Colombia es el destino principal de los “caminantes”, como ya se les conoce. Sin embargo Ecuador o Perú son otros destinos asiduos. Unos meses antes, debido a la paralización de las actividades por la crisis del Covid-19 fueron muchos los venezolanos que regresaron al país al tener que hacer frente a gastos sin ningún ingreso. Acuciados por la necesidad se volvieron donde sus familias. Por las mismas carreteras por las que ahora caminan, pasaron hace unos meses en autobuses, después de guardar hasta un mes de cuarentena en condiciones infrahumanas en la frontera.

Y es que las perspectivas de Venezuela van empeorando cada día. Sometidos a un confinamiento que no termina y una crisis económica sin precedentes, la falta de trabajo y porvenir obliga a salir a buscar oportunidades en el exterior. 

Los grupos de caminantes son variopintos. Abunda el grupo familiar, donde la madre y los muchachos van acompañados de otros amigos y vecinos. Se nos cruza un grupito de unas 14 personas, donde hay 5 menores y un bebe. Vienen de Los Teques, cerca de Caracas y quieren llegar a Bogotá. Una de las niñas, de unos 6 o 7 años, no quiere comer la arepa que les estamos brindando. La mama le regaña diciéndole que como no coma se va a enfermar… a desgana por el cansancio y el sol, intenta comer otro poco.  Al poco rato llega una pareja con sus dos hijos, como se van conociendo por el camino se saludan y comen juntos, descansando en el soportal de un restaurante abandonado al lado del peaje de santa Bárbara de Barinas, donde nos encontramos.

Ese Peaje es parada obligatoria dado que hay un control de la Guardia Nacional (alcabala) que revisa a todo el que por allí circula. A muchos les hacen volver si no tienen el salvoconducto que les permite viajar por el país. Los desplazamientos siguen restringidos (sin contar que no hay gasolina para desplazarse) y no se puede pasar a otro estado (provincia). Una de las preocupaciones de los caminantes es que en la división del Estado Barinas con el del Táchira, en Punta de Piedra, a unos 60 kilómetros de donde estamos, los guardias están cobrando mucho dinero por dejarles pasar. La mama de la niñita, de unos 35 años, protesta: “Como les vamos a pagar si no tenemos dinero ni para comer”. 

La mayoría de los grupos, sin embargo, son gente joven, que se desplazan en grupos pequeños, unos más acomodados que otros, pero que deben caminar dado que no hay ningún medio de transporte desde el centro del país. Por eso la caminata es un deber obligado para todo el que quiere buscar futuro fuera de Venezuela, sea cual fuere su condición social. Algún que otro camión o particular puede darles un “aventón” hasta la alcabala siguiente. 

Muchos llevan como equipaje una mochila escolar de las que regalaba el gobierno revolucionario hace unos años, en la época en que la empresa pública de petróleo (PDVSA) podía generar ventas de unos 2 millones de barriles de petróleo diarios. Hoy en día se producen apenas 300.000 barriles diarios, fundamentalmente dedicados a pagar deudas. En la carretera también se ven cochecitos de bebe o maletas de rueditas que malamente aguantan una parte del camino.

El grupo juvenil de la parroquia (JPC) ha preparado 100 arepas para sostener a los caminantes y avituallarles con agua y refresco. Además un vecino les regala unos 30 pasteles de carne que estaba repartiendo de forma personal. Desde las 10,30 de la mañana hasta las 3 y media alcanza la comida. Es sobre todo en las horas del mediodía que llegan los grupos y rápidamente se termina. Otro grupo de voluntarios del pueblo ha montado un avituallamiento un kilómetro antes. Y el día anterior otro grupo de personas ha preparado una sopa. Cada día unos y otros van aportando su granito de arena para hacer más llevadero este calvario de tantos compatriotas.

Hace poco más de un mes celebrábamos la Jornada Mundial de los Migrantes y Refugiados con el lema que titula este artículo. El papa recordaba estas palabras: «Las fricciones y las emergencias humanitarias, agravadas por las perturbaciones del clima, aumentan el número de desplazados y repercuten sobre personas que ya viven en un estado de pobreza extrema. Muchos países golpeados por estas situaciones carecen de estructuras adecuadas que permitan hacer frente a las necesidades de los desplazados» Probablemente, en el caso Venezolano, es la inhumanidad y la desidia de los gobernantes la que desampara al migrante, que incluso se aprovechan de ellos. 

Hoy en día vemos estas necesidades patentes para estos hermanos que se sienten obligados a huir buscando esperanza. Es un viaje sin seguridades, atravesando países, que como Venezuela viven entre la crisis de salud y las de la violencia delincuencial; un viaje arduo en vastas regiones despobladas, sometidos a la inclemencia del sol tropical o las lluvias torrenciales; un viaje donde muchos muestran su rostro samaritano y otros tantos el de la impiedad.  Hace unos días la noticia fue el fallecimiento de un caminante, abandonado por sus compañeros de viaje, que fue enterrado en el cementerio de Santa Bárbara con el nombre de “Indigente” y corre el insistente rumor de un bebe enterrado por sus padres al lado del camino cerca de Punta de Piedra.

Pero la ilusión de un día mejor acompaña a los caminantes. Cuando se va haciendo la tarde un camión accede llevar a uno de los grupos y todos los demás corren esperando encontrar un hueco. Los gritos de alegría y las despedidas se aceleran deseándose mutuamente buen viaje y bendiciones. Empieza a llover y cuando nos retiramos vemos pasar otro grupo de caminantes, unos 15 jóvenes, acelerando para encontrar refugio frente a la lluvia. Son las 4 de la tarde.

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