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Oración vocacional del mes de abril



INTRODUCCIÓN 

Como Misioneros Oblatos de María Inmaculada estamos llamados a ser testigos del amor de Dios desde un estilo de vida propio. Así nos lo recuerda la Constitución 9: “Como miembros de la Iglesia profética, los Oblatos han de ser testigos de la santidad y la justicia de Dios, reconociéndose ellos mismos necesitados de conversión. Anuncian la presencia liberadora de Cristo y el mundo nuevo que nace de su resurrección. Escuchan y hacen que se escuche el clamor de los sin voz, que apela al Dios que “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes” (Lc 1, 52). Llevan a cabo esta misión profética en la comunión eclesial, según las disposiciones de la jerarquía y bajo la dependencia de los superiores”. 

Ante cada situación en la que nos encontramos, seguro que San Eugenio nos invitaría a preguntarnos ¿Qué haría el Hijo de Dios en esta situación? En este momento de oración pongamos ante Dios nuestra forma de encarnar la llamada que nos ha hecho y pidámosle su Espíritu para crecer hasta donde Él nos quiere. En este tiempo de Pascua, seamos verdadero reflejo de resurrección, de vida para los demás. Que el ejemplo de nuestra vida en fraternidad y unida al Señor haga despertar en los demás la grandeza de nuestra vocación y que Jesús resucitado siga llamando a más jóvenes a consagrarse a su amor. 

Canto 

LECTURA: (Jn 20,1-9) 

Del evangelio según san Juan: 

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. 

REFLEXIÓN: 

En el Evangelio que acabamos de escuchar, que es el mismo del domingo de resurrección, aparecen tres personas: María Magdalena, Pedro y el discípulo amado. Cada uno tiene su ritmo y su momento para vivir la resurrección de Jesús: 

· María va al sepulcro, pero ¿a qué va? ¿a llorar una muerte que todavía duele? ¿a sentarse cerca, aunque sea fuera de la tumba? De hecho, ella no ve dentro del sepulcro, solo ve la losa quitada. Sin embargo, poco importa, ella ya sabe que se han llevado al Señor. Cuando una herida duele, una simple insinuación basta para hacer daño. Cómo iba ella a imaginar que no es un mayor desgarro lo que viene, sino el consuelo de la resurrección…pero no es todavía su momento, no. (Breve silencio) 

· El discípulo amado corre. Corre y ve. Sin embargo, ¿basta esto para creer? Antes de que llegase Pedro ya había visto desde fuera lo que había en el interior: “vio los lienzos tendidos, pero no entró”. Necesitará la ayuda de otro, de alguien quizás más lento, pero que le acompañe… (Breve silencio) 

· Pedro. Rápido a la escucha, pero lento al paso. Quizás simplemente porque no podía ir más rápido, quizás porque en estas cosas no es la velocidad lo importante. Llega al sepulcro y entra. No titubea. Y sirve de compañía para que el discípulo amado entre. (Breve silencio) 

Cada cual tiene su ritmo y su momento, pero parece que estos lo viven juntos. Uno necesita al otro. Piensa ahora en que tú eres el discípulo amado y que para ver y creer quizás te hace falta la ayuda de esos otros que puede que vayan más lento, pero dan certeza. 

Los cristianos sabemos “donde le han puesto”: donde dos tres se reúnen en su nombre ahí está Él. Resucitándole, el Padre le ha puesto en el corazón de cada comunidad y de cada creyente, en las personas convencidas de que la historia no se acaba porque queda mucho por hacer en ella, en los dramas de quienes reclaman nuestra solidaridad, en la energía de quienes no se resignan a perder su libertad ni su dignidad. Jesús está donde hay vida y ganas de vivir y compromisos para que vivan todos. 

Nosotros somos sus testigos si seguimos abriendo caminos con Él para que el Reino llegue a nuestra historia. La Pascua que repetimos no es sólo un rito anual con el que romper la monotonía de lo cotidiano. Es rememorar los orígenes de nuestra fe desde la experiencia de que, como Él, hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. 

Silencio 

Canto 

SAN EUGENIO Y LA RESURRECCIÓN 

Eugenio describe su alegría en su primera celebración de Pascua como seminarista en San Sulpicio y le escribe así a su madre el 4 de abril de 1809: 

Oh! qué encantadora solemnidad para los cristianos! cómo se dilata el corazón! con qué alegría nos unimos a toda la Iglesia, a la del cielo y a la de la tierra, para celebrar la gloriosa Resurrección de Nuestro Salvador! Después de haberlo acompañado en las dolorosas circunstancias de su pasión, después de haber llorado sobre los tormentos que nuestros pecados le habían hecho sufrir, qué consolador es verle resucitar triunfador de la muerte y del infierno, y cuanto agradecimiento debe llenar nuestros corazones al pensar que ese buen Maestro ha querido hacernos partícipes de su resurrección destruyendo en nosotros el pecado y dándonos nueva vida. Hemos pasado ese día unas dos horas bien contadas en la iglesia, no me hubiese gustado me restaran un minuto. Me parecía estar en el cielo; ¿cómo será la alegría y la felicidad que sentiremos en esa bienaventurada patria? Pero es una carta lo que estoy escribiendo, y no es un tema de meditación, por eso le hago gracia de mis reflexiones. 

El día de Pascua estábamos en la iglesia a las 4 de la mañana para cantar Maitines, Laúdes y Prima. Después de Prima se cantó una primera Misa Mayor en la que comulgó el seminario… 

Volvimos a las 10,45 para la segunda Misa Mayor en la que fui de nuevo crucífero. La ceremonia acabó a la una y media. Las Vísperas empezaron a las cuatro, luego el sermón, luego la bendición, en resumen volvimos al seminario a las 8,30. 

Calculando todas esas horas son doce y algo más pasadas en la iglesia, pero es incalculable la dicha que he sentido durante ese tiempo que me ha parecido pasar como un minuto. 

Gozaba en el soberbio Templo donde me encontraba con acentos de alegría que resonaban en mis oídos y hasta el fondo de mi corazón. 

Recorría en espíritu las iglesias de toda la tierra, en las que en el mismo momento resonaban en las bóvedas las alabanzas al Salvador resucitado. 

Estaba en Aix, estaba en Roma, estaba en China, en todas partes hallaba la misma alegría por el mismo motivo. No contento con ese concierto de todos los cristianos dispersos por toda la tierra, me atreví a penetrar hasta en el cielo. Ah! me convencí muy pronto que todo cuanto me encantaba aquí abajo no era sino el débil eco de los cantos de alegría, de indecible felicidad que animaba a todos los bienaventurados en este día que ha hecho el Señor. Oh! qué grande es el corazón de un cristiano! cuantas cosas abarca a la vez!, parece en un primer momento que el menor consuelo lo llena y que por momentos se va a desbordar; en absoluto, es siempre capaz de contener más; en el colmo de la alegría, desea más todavía, pero esa insaciable sed solo quedará satisfecha en el cielo 

La experiencia del Viernes Santo de Eugene no le dejó al pie de la Cruz. El enfoque de su vida había cambiado, y se convirtió en una Pascua continua – respondiendo a la luz de Cristo Resucitado: «Yo estoy con vosotros siempre». Y así escribió en su diario de Retiro, en diciembre de 1814: 

Jamás mi alma quedó más satisfecha, jamás sintió más felicidad; y es que en medio de aquel torrente de lágrimas, a pesar de mi dolor, o más bien a través de mi dolor, mi alma se lanzaba hacia su fin, hacia Dios, su único bien, cuya pérdida sentía vivamente 

¿Para qué decir más? ¿Podré expresar algún día lo que experimenté? El solo recuerdo me llena el corazón de dulce satisfacción. He buscado la felicidad lejos de Dios y no he encontrado más dolor y pesadumbre. 

Feliz, mil veces feliz de que ese Padre bondadoso, a pesar de mi indignidad, me haya otorgado la inmensa riqueza de su misericordia. 

Al menos compense el tiempo perdido redoblando mi amor por él. Que todas mis acciones, pensamientos, vayan dirigidas a este fin. ¡Qué ocupación más gloriosa que hacer todo y por todo únicamente por Dios, amarle sobre todas las cosas, y amarle más por cuanto he tardado en amarle. ¡Ah! esto es comenzar ya aquí, la vida bienaventurada del cielo. Esa es la verdadera forma de glorificarle como es Su deseo. 

Desde su primera predicación, Eugenio invitaba constantemente a los pobres a comprender la invitación transformadora de la resurrección en sus vidas. Y así fueron sus instrucciones familiares en provenzal, dadas en 1813 en la Magdalena 

Venid ahora a aprender de nosotros lo que sois a los ojos de la fe. 

Pobres de Jesucristo, afligidos, miserables, dolientes, enfermos, cubiertos de llagas, etc., vosotros todos a quienes la miseria abruma, mis hermanos, mis queridos hermanos, mis respetables hermanos, escuchadme. 

Sois los hijos de Dios, los hermanos de Jesucristo, los herederos de su Reino eterno, la porción escogida de su heredad; sois, en frase de san Pedro, el pueblo santo, sois reyes, sois sacerdotes, sois en cierta manera dioses, vosotros sois dioses, y todos sois hijos del Altísimo. 

Levantad, pues, vuestro espíritu, que vuestras almas abatidas se dilaten, dejad de reptar por la tierra: vosotros sois dioses, y todos sois hijos del Altísimo (Sal 81, 6) 

Elevaos hacia el cielo donde debe estar vuestro pensamiento más nuestra ciudadanía está en los cielos (Fil 3, 20); que vuestros ojos traspasen de una vez los harapos que os cubren; hay dentro de vosotros un alma inmortal hecha a imagen de Dios que está destinada a poseerlo un día, un alma rescatada al precio de la sangre de Cristo, más preciosa a los ojos de Dios que todas las riquezas de la tierra y que todos los reinos del mundo, un alma de la que él es más celoso que del gobierno del universo entero. 

Silencio 

Canto 

PETICIONES 

La mies es mucha… roguemos al Señor por todas las necesidades de nuestro mundo y de nuestra Iglesia, y hoy oremos especialmente por las vocaciones: 

§ Te pedimos, Señor Jesús, por nuestro papa Francisco, por todos los obispos, sacerdotes y diáconos, y por todas las personas que tienen una responsabilidad pastoral. Que en su servicio a la Iglesia sean, como tú, verdaderos buenos pastores para tu pueblo. Roguemos al Señor. 

§ Mira, Señor, a tu pueblo. Te pedimos por todas las naciones de nuestra tierra, que sea posible la paz y la justicia, impulsadas a través del ejercicio honrado y comprometido de sus dirigentes y gobernantes. Que ellos también sean buenos pastores para su pueblo. Roguemos al Señor. 

§ La mies es mucha y los obreros pocos. Te rogamos, Señor Jesús, por las vocaciones específicas a la vida sacerdotal y religiosa. Sigue suscitando en el corazón de muchos jóvenes el deseo de seguirte como sacerdotes y religiosos/as y que ellos/as respondan con valentía y generosidad a tu invitación. Roguemos al Señor. 

§ Señor, aquí nos tienes. Te pedimos por nuestra comunidad, para que con la oración y el ejemplo de vida promovamos y animemos las vocaciones, y nos ayudemos unos a otros a responder con generosidad a tu llamada. Roguemos al Señor. 

§ No hay mayor alegría que dar la vida por amor. Te pedimos, Señor de nuestras vidas, por todos nosotros. Que sepamos dar testimonio, en nuestro entorno concreto (escuela, universidad, trabajo, casa, familia, grupo de amigos…) de la alegría profunda de saberte caminando con nosotros como Buen Pastor y de seguirte. Roguemos al Señor. 

PADRE NUESTRO 

ORACIÓN FINAL 

Señor Jesús, tú que te hiciste hombre para mostrarnos en que consiste la vida plena de todo hombre, haznos caminar con esperanza y alegría por tus caminos y mostrarte a ti en nuestras vidas. Por nuestro Señor Jesucristo tu hijo… 

Canto

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