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¡Adiós, querido Chema!


El pasado día 26 de junio se marchó a la casa del Padre nuestro querido Chema, el P. José María González Simón en los documentos oficiales. A sus casi 95 años -los cumpliría en el próximo mes de agosto-, era uno de los supervivientes de un numeroso curso del que todavía siguen con nosotros el P. Camilo González y el P. Luis Valbuena. De esta misma promoción formaron parte otros hermanos recordados por todos, como los PP. Santiago Fontecha y Antonio Izquierdo.



No fueron fáciles los últimos años de la vida de Chema, a causa de la falta de movilidad que le llevó a estar en su cuarto todo el día. Nuestro queridos cuidadores, Aníbal y Ernesto, le levantaban para sentarlo ratos en la silla de su escritorio, que le hacía también las veces de mesa de comedor. A ello se añadió una cada vez mayor insuficiencia respiratoria, que lo ha ido apagando poco a poco. Sin embargo, cada vez que alguien se asomaba por su habitación era recibido con su amable sonrisa y se tenía la experiencia viva de lo que escribe el papa Francisco en el número 7 de Gaudete et exsultate: «Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo».



¿De dónde sacaba Chema su alegría? Escribe G. Siegwalt en Pequeña sabiduría elemental: «El amor es fruto de un largo camino de encarnación, y como este camino dura toda la vida, es un fruto siempre frágil, nunca asegurado, siempre en proceso, siempre acogido nuevamente, para ser purificado, para ser profundizado. Porque el desafío de este camino de encarnación es la autoaceptación. Esto es algo más que desesperación, resignación o cinismo - formas de negación, de huir de uno mismo, de mentirse a uno mismo acerca de si-; la autoaceptación es aprender sobre ti mismo, tus fortalezas y debilidades, tus posibilidades y tus límites (o lo contrario), tu libertad y tu responsabilidad, y esto tanto para ti mismo como en relación con los demás y con toda la realidad viva, siendo consciente de la dimensión final de la trascendencia, De Dios». 



Seguramente de ahí procedía su conformidad, de ese camino de autoaceptación lleno de dificultades que para otros habrían resultado obstáculos insalvables y que, para él, supusieron un acicate y una oportunidad para mostrar a todos la luz del Evangelio. La enfermedad de la polio, sufrida de pequeño, le dejó una ostensible cojera que nunca apagó sus ansias misioneras ni le impidió desarrollar todo tipo de ministerios: desde las misiones populares en Cuenca -cuyas empinadas cuestas no lograron amedrentarle-; pasando por la enseñanza -en sus últimos días recordaba sus años de maestro en Badajoz, mostrando a todos el libro que había escrito sobre el colegio de la filial-; hasta el ministerio parroquial -ejercido especialmente en Málaga y en Aluche, donde se le recuerda con su moto yendo a visitar a los enfermos-.



Amante de la buena música -le gustaba Joaquín Sabina- dedicó mucho tiempo a recopilar cantos litúrgicos, pasándolos a formatos más modernos para que pudieran ser escuchados y utilizados en las parroquias donde se encontraba. Fruto de ese esfuerzo fue un cancionero con numerosas canciones que aún hoy se sigue utilizando en algunos lugares. Tampoco podemos olvidar su trabajo pastoral en ministerios tan queridos para él como los grupos de Encuentros matrimoniales, donde aprendió a compartir y expresar sus sentimientos, tal como enseñaba a los oblatos más jóvenes. 



Así era Chema: un hombre cariñoso, entrañable y de carácter, dotado con una voz atronadora,

muy apreciada antes del concilio para la predicación de los novísimos -muerte, juicio, infierno y gloria-, pero con la que también nos surtía de anécdotas mientras explotaba en una carcajada escacharrante, ruidosa, escándalosa y contagiosa a un tiempo. Quiénes lean esta breve reseña y tuvieran la oportunidad de conversar con él, seguro recordarán con una sonrisa en los labios frases, palabras, historias y momentos deliciosos e inolvidables que siempre permanecerán en nuestra memoria.



Ya hemos indicado que la comunidad de Málaga fue uno de los lugares donde nuestro hermano vivió como misionero. En esa querida misión española, en la cual estamos presentes desde 1939, nació la vocación oblata de nuestro actual Provincial, el P. Javier Montero Infantes. El P. José María es el primer hermano fallecido durante su ministerio, que incluye la obra de misericordia de dar sepultura a los difuntos de la Provincia. En el dolor de la pérdida siempre conforta observar la hermosa y misteriosa cadena establecida en la vida religiosa: personas separadas por años y lugar de nacimiento, están unidas por la fe con lazos de familia. Parte de los esfuerzos de Chema también contribuyeron a que hoy haya alguien que le dé relevo. Seguro estaría contento con ello.



¡Gracias por todo hermano! Te despedimos con la esperanza de saber que en la comunidad del cielo te esperan san Eugenio, los mártires de España y tantos otros hermanos con quienes compartiste vida y ministerio, penas y alegrías, amistad y fraternidad. 







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