El Padre Nino BUCCA, Director del Servicio Oblato de Comunicaciones y administrador del sitio de internet
www.omiworld.org escribió una breve nota en homenaje a uno de sus
compañeros del escolasticado, recientemente fallecido a una edad muy
joven.
El
Padre Angiolino DI LIZIA es el segundo de mis compañeros del
escolasticado a haberse ido a la comunidad del cielo, después del Padre
Giovanni SANTOLINI. Falleció a la edad de 58 años, en la noche entre el
18 y el 19 de enero, tras una larga batalla contra la leucemia.
Los primeros recuerdos que me vienen a la mente son un par de meses que
pasamos juntos en Lourdes en el lejano 1978 y algunos de nuestros
intentos locos para armar algunas frases en francés; su apasionado amor
por el equipo de fútbol de Milán; y su impaciencia cuando se enfrentaba
con los aficionados de otros equipos.
Como
sucede a menudo para muchos de nosotros, nuestra vida apostólica nos
separa durante mucho tiempo. Me encontré nuevamente con él como párroco
en un barrio, mientras trabajaba con los pobres en una iglesia que debía
incluso construirse. Después me lo encontré una vez más durante su
tesis de licenciatura, cuando tuve que escribir un artículo sobre la
comunidad de Marino que en los años 70 y 80 ha traído nueva energía a la
provincia italiana. Sus escritos dan una idea clara de lo bien que
conocía dicha experiencia: “El Centro Juvenil de Marino no es el lugar
donde se cultivan las vocaciones oblatas; no es un tipo de seminario más
abierto sino que es un lugar donde una comunidad religiosa ofrece a los
jóvenes la posibilidad de tener una experiencia comunitaria y
evangélica en libertad y con participación, ayudándolos en la búsqueda y
confirmación de sus proyectos de vida […] En la base de la experiencia
de Marino, existen dos realidades fundamentales: el descubrimiento de un
hermano como miembro del Cuerpo de Cristo, llamado a un común
seguimiento del Maestro, y el amor recíproco que la presencia del Señor
nos engendra […]”. Luego nos hemos encontrado de nuevo, hace algunos
años, en su misión final, la comunidad de Palermo en Sicilia. Todas las
veces, me ha dado la impresión de una persona que se hacía cada vez más
madura, cada vez más arraigada en Dios.
Durante
su enfermedad, sus feligreses fueron la imagen de su párroco: con
afecto y gratitud, junto con la comunidad oblata, lo ayudaron las 24
horas del día. Desde la noche de Navidad de 2011, el día de su última
misa, hasta el final, la comunidad parroquial, detuvo su curso, tratando
de avanzar en todos los programas desarrollados por el párroco y el
consejo parroquial.
A
eso de las 23:30 del 18 de enero, un párroco vecino se unió a los
oblatos y algunos de los fieles que estaban presentes con Angiolino en
su lecho de muerte. Él también quiso rezar el “Padre Nuestro” y luego,
el “Ave María”. Inmediatamente después de las palabras, “ruega por
nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte”, con suavidad emitió su
último respiro.
Dejó
escrito: “Lo que queda en la vida es una unión con Dios cada vez más
profunda y cada vez más madura, que te lleva a volver a enfocar, todo
momento para vivir dentro de la humanidad de hoy, como personas que
están en el mundo y no que son del mundo. Se trata de una relación
personal con Dios donde Él es todo en nuestra vida y nosotros no somos
nada, pero que nos llena de su Amor para que podamos ser Su presencia
viva entre las personas con quienes entramos en contacto […] He
intentado nunca romper la unidad con los hermanos y de hacer que dicha
unidad no faltara nunca entre nosotros […] En mi ministerio, he
experimentado que lo que cuenta no es la actividad sino el ser la
presencia viva de Jesús, porque es Él el que toca nuestros corazones y
nosotros sólo somos instrumentos en sus manos”.
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