Teresa de Lisieux y la conversión de los inuit
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Los Padres Arsène Turquetil y Armand Le Blanc fueron los primeros
oblatos de María Inmaculada a instalarse en medio de los inuit de la Bahía de
Hudson. Ellos llegaron a Chesterfield Inlet el 3 de septiembre de 1912.
Comenzaron a trabajar de inmediato ya que tenían que hacer de todo: encontrar
un lugar adecuado, construir una casa-capilla, aprender el idioma y adaptarse a
las costumbres del lugar. El domingo de Pentecostés de 1915, el Padre Turquetil
pudo realizar su primer sermón en el idioma de los inuit antes de una reunión
pequeña que surgió por curiosidad.
Sin embargo, las conversiones no estaban próximas. El paganismo, la
superstición, la burla, y en especial, las asechanzas del diablo tenían que ser
aún superadas. Para colmo, ese mismo año se supo que los Padres Rouvière y
Leroux habían sido asesinados por los inuit de Mackenzie. Amigos aconsejaron a
los oblatos que cerrarán esta misión norteña. Pero, sin embargo, el Obispo
Ovide Charlebois, OMI, de Keewatin estaba indeciso. Le concedió al Padre
Turquetil un año de tregua.
De la tierra de Lisieux
En el otoño de 1916, un inuit llevó al Padre Turquetil dos sobres que
estaban dirigidos a él de origen extrañamente desconocido. El primero contenía
un folleto: La Petite Fleur de Lisieux (La
Pequeña Flor de Lisieux). El oblato nunca había oído hablar de esta monja
carmelita, desde su diócesis natal. El folleto decía que ella oró por los
misioneros y que ella prometió pasar sus días en el cielo haciendo cosas buenas
para la tierra. ¿Podría posiblemente hacer realidad la conversión de los
inuit?. El segundo contenía un poco de tierra, junto con la siguiente
inscripción: “Tierra tomada desde abajo del primer ataúd de la Pequeña Flor de
Lisieux. Con ésta, ella hace milagros”.
Antes de ir a la cama esa noche, el sacerdote y su nuevo compañero, el
Hermano Prime Girard, oraron con fervor a Teresa, aún cuando ella todavía no
había sido canonizada. Al día siguiente mientras el Padre estaba sentado en el
armonio y unos pocos inuit llegaron, el Hermano Girard se acercó a ellos desde
atrás y en secreto tiró uno o dos granos de esta tierra en sus gruesos cabellos
largos.
El gran milagro de la pequeña TeresaEl domingo siguiente, al sonido de las campanas, los inuit llegaron, sin
arpón o rifle. Uno de ellos fue el vocero: “Sabíamos que estaban diciendo la
verdad pero no queríamos escuchar. En este momento, nuestros pecados nos
asustan. ¿Podrán eliminarlos?”. El Padre Turquetil respondió: “Sí. Entren y les
explicaré.” Su sermón fue sobre el bautismo y mientras tanto su pensamiento
estaba con la Pequeña Flor: “Teresa, tu has hecho esto realidad…sigue
inspirándolos y guiándolos hacia el bautismo”. Dicha noche, Tuni, el más
grande, se acercó al Padre: “Somos tres los que queremos ser bautizados, con
nuestras esposas e hijos”. “Bien”, respondió el oblato, “pero primero debo
instruirles. Esto podría llevar tiempo. ¿Pero ustedes se irán pronto y no
regresarán hasta tal vez antes de Navidad?” “Bueno, no! No cazaremos, nos
quedaremos aquí para instruirnos y ser bautizados”. “?Como se nutrirán?” Tuni
respondió: “Es muy simple, el que ustedes llaman Padre Nuestro, él nos ama…él
nos ayudará, no moriremos de hambre y seremos bautizados” Se acordó entonces
que el catecumenado iniciaría el día siguiente, durante dos horas por día.
Durante los siguientes ocho meses y medio, todos ellos perseveraron
fielmente. El 2 de julio de 1917, fecha que se debería recordar, el Padre
Turquetil tuvo la alegría de bautizar a los primeros inuit. Fue un gran día para
él y para las misiones oblatas del extremo norte. Ya no era cuestión de cerrar
esta misión. Santa Teresa la había salvado.
Monseñor Charlebois quedó tan impresionado que envió una petición a
Roma, firmada por 226 obispos misioneros de todo el mundo, pidiendo la gracia
para declarar a Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de todas las misiones en
el mundo. En 1927, el Papa Pío XI respondió favorablemente a esta petición.
André DORVAL, OMI
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