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Oración vocacional mes de febrero


Las tempestades del mundo

El pasado día 2 de febrero, toda la Iglesia celebró la Jornada Mundial de la Vida Consagrada bajo el lema: “La vida Consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido”

Es una jornada en la que se nos invita a poner la mirada en las diversas formas de Vida Consagrada, un momento para agradecer los distintos Carismas.

Por ello, hoy en esta oración, queremos dar gracias por la vocación oblata. Por la primera semilla que se inició, a través de nuestro Fundador San Eugenio de Mazenod para dar respuesta a una necesidad ya que quedó hondamente impresionado por el abandono en que estaba el pueblo de Dios. Decidió ser “el servidor y el sacerdote de los pobres” y sacrificar por ellos su vida entera.

Ante la magnitud de la empresa, reunión junto a sí a algunos sacerdotes animados del mismo celo ardiente por los más abandonados. Los impulsó a “vivir juntos como hermanos” y a “imitar las virtudes y los ejemplos de nuestro Salvador Jesucristo, ocupándose principalmente en predicar a los pobres la Palabra Divina”. Los animó luego a comprometerse definitivamente en la obra de las misiones, vinculándose con los votos de religión. Poco después acogió también a Hermanos, como verdaderos hijos, en su familia. Así comenzó la Congregación de los Misioneros Oblatos de la Santísima e Inmaculada Virgen María.

El 17 de febrero de 1826, el Papa León XII, aprobó oficialmente la nueva Congregación y sus Constituciones. 

De la Constitución 2: “Escogidos para anunciar el Evangelio de Dios” (Rom 1, 1), los Oblatos lo dejan todo para seguir a Jesucristo. Para ser sus cooperadores, se sienten obligados a conocerle más íntimamente, a identificarse con Él y a dejarle vivir en sí mismos. Esforzándose por reproducirle en la propia vida, se entregan obedientes al Padre, incluso hasta la muerte, y se ponen al servicio del pueblo de Dios con amor desinteresado. Su celo apostólico es sostenido por el don sin reserva de la propia oblación, oblación renovada sin cesar en las exigencias de su misión.

Acogemos este momento de oración iluminados por el Evangelio de San Mateo que nos cuenta la singular experiencia de Jesús y Pedro durante una noche de tempestad, en el lago de Tiberíades (cf. Mt 14,22-33).

Dentro de la barca, también nosotros vivimos estas tempestades con la falta de vocaciones. Unidos, sigamos remando, para hacer visible la vocación a los jóvenes que se acercan a nosotros, y sigamos acudiendo a Jesús con la confianza con la que acudió Pedro en la tempestad.

Evangelio según San Mateo 14, 22-33

Enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame». Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?». En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios»


Reflexión

En esta barca estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que muchas veces construimos nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. La tempestad pone al descubierto que solo fomentando una cultura vocacional podemos despertar en los jóvenes la vocación a la que Dios les llame.

Ahora, mientras estamos en mares agitados por toda la situación de pandemia que seguimos viviendo, pedimos al Señor: “Despiértanos, Señor”. 

“¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.

El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3); dejemos que se reavive la esperanza.

“¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti.

Esta reflexión nos invita a confiar en Él, a tener esperanza. En otro momento Jesús también dice a Pedro y nos dice a nosotros: Rema mar adentro, ten confianza, no desesperes. Ya conocemos la respuesta de Pedro: “Señor, en tu nombre echaré la red”.

Que vivamos esta tempestad de falta de vocaciones, de pandemia, de dificultades con Esperanza y Confianza en el Señor.

Piensa ahora, ¿cuáles son las tempestades que estás viviendo? Piensa en ellas…Unos segundos de silencio Ahora imagínate que Jesús está a tu lado, te toca el hombro, te toma la mano, te levanta y le miras. En sus ojos ves ternura, ves amor y ves la seguridad y sabiduría de todas las épocas del mundo. Te pregunta, ¿por qué tienes miedo?

Te das cuenta de quién te mira. Y esa persona ahora te está mirando a ti y te dice: “No tengas miedo, acude a mí, confía en mí”. Imagínate que esas tormentas que vives se hacen cada vez más y más pequeñas… A lo mejor no desaparece del todo, pero a partir de ahora ten la seguridad de que venga la tormenta que venga siempre tendrás a Jesús al lado para ayudarte.

San Eugenio

San Eugenio también tuvo que pasar tempestades durante toda su vida y como no, también como sacerdote y fundador de una nueva congregación. Pero no tuvo miedo. Todo lo contario, supo fiarse del Señor y siguió adelante con la misión que el Señor le tenía encomendada.

El 16 de febrero, en la víspera de la aprobación de las constituciones y reglas, el Fundador escribía a Tempier:

¡Silencio, querido Tempier! Te hablo bajo, pero con la suficiente fuerza de voz para que me oigas. Ayer 15 de febrero del año de gracia de 1826, la Congregación de Cardenales se reunió bajo la presidencia del prefecto, el Cardenal Pacca, y aprobó las Reglas por unanimidad, excepto algunas pequeñas modificaciones propuestas pero el Cardenal ponente; el juicio de la Congregación fue que nuestro Santo Padre el Papa otorgue el oficio de aprobación en buena y debida forma…

Es verdad que siempre he puesto toda mi confianza en la bondad de Dios. Como ya te he dicho, he ofrecido el Santo Sacrificio todos los días por esa intención: constantemente he invocado a la Santísima Virgen y a todos los santos, pero especialmente al soberano Mediador a cuya gloria van dirigidas nuestras intenciones. […]

[…]Estoy pidiendo algo que está en consonancia con la voluntad de Dios, algo apto para procurar su gloria: la salvación de las almas y el bien de la Iglesia y también porque me considero a mí mismo como el intérprete de todos ustedes y porque me siento, por así decirlo, arrastrado por las oraciones, méritos y trabajos de toda la Sociedad.

Finalmente, el jueves 15 de febrero, los tres Cardenales Pedicini, Pallotta y Pacca, después de haber estudiado concienzudamente la Regla Oblata, se reunieron en la residencia de este último. Allí, el P. Mazenod había pedido a un criado, que le avisara cuando terminaran sus deliberaciones, él estaría orando, le manifestó, en la iglesia de Santa María en Campitelli, directamente enfrente del palacio del prelado. El Fundador oró larga y fervorosamente, pidiendo un resultado favorable. Finalmente, después de participar en nueve misas consecutivas, con el estómago vacío, quejándose con gruñidos por su prolongado ayuno, cruzo la calle para dirigirse a la casa del Cardenal Pacca, para averiguar por qué tomaba tanto tiempo. Allí descubrió que la sesión había terminado hacía tiempo y que el criado se había olvidado de llamarle. El Fundador se retiró, pero regresó la misma noche a visitar al Cardenal Pacca.

El prelado pudo informar al P. Mazenod que todo había resultado muy bien y que con unas mínimas modificaciones, los cardenales habían aprobado la Regla por unanimidad. Ahora tocaba dar los toques finales. El Fundador trabajó durante toda la noche, y luego, al día siguiente con Marchetti, dieron el toque final a la Regla de manera que el viernes 16 de febrero, todo estaba completo.

Al otro día, sábado 17 de febrero de 1826, el Papa León XII aprobaba formalmente y confirmaba la decisión de la Congregación y así es como escribió Eugenio de Mazenod al P. Tempier y la comunidad:

“Mi querido amigo, mis queridos hermanos, el 17 de febrero de 1826, el Soberano Pontífice León XII confirmó la decisión de la Congregación de Cardenales y aprobó específicamente el Instituto, las Reglas y Constituciones de los Misioneros Oblatos de la Santísima e Inmaculada Virgen María y acompañó este solemne acto de su poder pontificio con palabras llenas de admiración para los que felizmente forman parte de esta Sociedad de la que el jefe de la Iglesia espera realmente el bien mayor.”

Peticiones

-Hoy presentamos al Señor a los Jóvenes, para que descubran la invitación del Señor a trabajar en su Reino. Le pedimos que superando el temor se sientan fortalecidos y respondan con generosidad a la llamada de la vocación. Roguemos al Señor.

-Hoy presentamos al Señor nuestras tempestades. Le pedimos que nos fortalezca y nos brinde el don de la esperanza y la confianza. Así encontrar en Él la serenidad y el equilibrio entre lo que puedo hacer por mí solo y lo que ya corresponde a tu amor. Roguemos al Señor.

-Hoy presentamos a los que sufren sin esperanza, por los que buscan sin tener fe, por cada destinatario de la misión oblata, ellos desde su dolor nos revelan el rostro vivo de Cristo que continúa llamando a su servicio. Roguemos al Señor.

-Por todos nosotros, para que podamos responder, a través de nuestra misión, a lo que Dios nos confíe como familia oblata. Roguemos al Señor.

Oración final

Señor, tú que hiciste de tu vida un servicio, aumenta en nosotros la disponibilidad y el servicio como camino de ternura para nuestro mundo. Que por tu intercesión muchos jóvenes escuchen tu llamada a seguirte y puedan responder a esa llamada con alegría. Dales decisión para afrontar sus miedos, coraje para responder a las inquietudes de su corazón, alegría para emprender el camino que tú les muestras. Nosotros renovamos el compromiso de seguimiento a tu llamada y pedimos tu intercesión para que muchos jóvenes escuchen esta llamada a seguirte dentro de la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

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