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«Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre...» (Mc 9, 41).

 


En este pasaje evangélico se basó el P. Juan Manuel Álvarez Fernández, omi, para realizar una sugerente reflexión en nuestro tradicional retiro en torno al 28 de noviembre. Y es que, al hablar de nuestro mártires oblatos, habitualmente nos fijamos en ellos con especial atención. Sin embargo, con su habitual sencillez y con un profundo conocimiento histórico, nuestro hermano nos invitó a orientar nuestra mirada hacia otras personas de esta trágica trama del año 36, lo que llamaríamos en términos cinematográficos «actores de reparto», situados en un segundo plano y sin los cuáles es imposible comprender la historia.


Así, de un modo evangélico, puso de relieve a personas con nombre y apellidos, con historia y familia, que siguiendo las palabras de Jesús, se compadecieron de aquellos jóvenes perdidos por la ciudad y amenazados por el "delito" de ser religiosos. Ante nuestros ojos aparecieron doña Concha, la "Trini", el sastre... , hombres y mujeres como nosotros que, sin afán de protagonismo, se convirtieron en nuestro modelo para vivir la fe en los gestos y acciones que componen nuestro quehacer cotidiano. 



Seguramente, esa fue la novedad que muchos encontramos la mañana del pasado sábado. Durante un tiempo de silencio y reflexión, cada uno pudo fijarse en su vida para pensar quién necesita un vaso de agua a su alrededor. Como nos recuerda el Papa Francisco, en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium «se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza». En todo caso, allí estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás» (EG 86).


Tras la meditación llegó el momento de compartir, tanto espiritual como corporalmente. De este modo, habiendo repuesto fuerzas, comenzamos la tarde con una pequeña peregrinación hacia la capilla de Ntra. Sra. de las Angustias, recorriendo los pasos del beato Cándido Castán, padre de familia beatificado junto a los oblatos.



En el camino hacia la colonia de san José, donde vivió y donde se encuentra este pequeño y acogedor templo, nos fuimos parando en el monumento de la casa martirial, en el colegio donde estudiaba su hija, en la calle que lleva su nombre cerca de la estación de tren -recordando su trabajo en los ferrocarriles- y en la que estaba situado su hogar. En todos estos lugares fuimos meditando en las situaciones mediante las cuales el Señor santifica a los fieles laicos: trabajo, educación de los hijos, vida familiar, vida de parroquia... .


Situaciones y momentos del día a día en los que, al igual que la viuda del Evangelio -la otra imagen propuesta por el P. Juan Manuel- cada uno da lo que tiene para vivir. Celebrando la Eucaristía en memoria de nuestro mártires, finalizamos un hermoso día de familia oblata en el que, un año más, nos sentimos llamados y estimulados para ser testigos de la fe en nuestro mundo. Como escribía el beato mártir oblato Francisco Polvorinos, de 26 años de edad, se trata de «hacer el bien sin hacer ruido». O, de dar un vaso de agua en nombre de Jesús.



 

Comentarios

  1. Me encanto el artículo y contribuye dicho recuerdo y oración de nuestros martires a hacer que nuestra vida tenga presente a los más necesitados porque esa es la enseñanza que nos dejó nuestro fundador gracias 😊

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