Compartiendo con Mario, Prefecto del Sáhara
Aprovechando la visita del P. Mario León Dorado, omi., actual Prefecto Apostólico del Sáhara, tuvimos un encuentro con él para que nos contara su experiencia después de casi diecinueve años de su vida en esta querida Misión. Él terminó su compartir con un gracias, que le devolvemos mediante algunos testimonios de lo que supusieron sus palabras para los allí presentes.
Ana escribe: «El encuentro con el Padre Mario León, Prefecto Apostólico del Sáhara Occidental, es de esas cosas que te sorprenden gratamente. En mi caso, iba con buena disposición a escuchar a un misionero oblato en una misión tan especial por muchos motivos, pero salí con el ánimo esperanzado que te infunden las cosas en las que percibes la mano de Dios. También muy agradecida por la autenticidad y generosidad desde la que Mario compartió su vivencia personal, espiritual y eclesial en la misión, o, mejor dicho, su peregrinación de ya 19 años, como él mismo refirió en diversas ocasiones.
Me resuenan estos días muchas cosas de su testimonio, pero así, a vuela pluma, destaco las siguientes: la medida de la evangelización no es una cuestión de cifras, sino de personas (aunque sea de una sola), la mística del desierto y la purificación, la Iglesia parte esencial en la vida de la comunidad -de todos y para todos-, el encuentro con las personas en lo cotidiano y en su realidad, la comprobación de que los planes de Dios siempre nos desbaratan los propios…. ¡Ah! y también la inspiración de los oblatos de la misión sahariana en la Virgen María cuando visita a su prima Isabel. Me gustaría acabar estas líneas como nos contó Mario que les enseñó el Padre Acacio a unirse con respeto a la fe y oración de sus vecinos y amigos musulmanes. Consiste en decir en silencio, en el fuero interno de cada uno, al final de la plegaria musulmana del otro: “Por nuestro Señor Jesucristo, amén”. Pues eso».
También Segundo ha querido compartir con nosotros sus impresiones y nos envía las siguientes letras: «El testimonio que Mario, omi., compartió con nosotros ayer, fue un regalo de Dios para los asistentes. Mostró su transformación de conquistador a servidor, de llegar a entender la misión como un servicio que se gestiona uno a uno, a través de la ofrenda personal, la amistad, la convivencia y el testimonio de la comunidad. Nada impositivo. Que Dios no es posesión de nadie, sino que Él hace la historia. Gracias a él y a los oblatos».
También Maria del Carmen nos ha enviado lo que surgió en su corazón al escuchar a nuestro misionero: «En la exposición de Mario me llegó a lo más profundo del alma la sencillez y honestidad para contar su camino de vida, de fe, eso que él llama conversión, o vida mística. Ese ver a la persona despojada de todo, solo como ser hijo de Dios, por el que vale la pena celebrar el Sacramento de la Eucaristía. Agradezco muchísimo eso que él dice que le ha llevado a la pequeñez y yo veo a la grandeza de la fe y esa conversión a la que muchos quisiéramos llegar. Gracias».
El P. Alberto Costa, omi., fue uno más entre los que se dieron cita aquella tarde-noche y nos cuenta: «La exposición del Prefecto Apostólico del Sahara, Mario León, tenida el pasado jueves 7 de septiembre, además de ser muy didáctia y entretenida, me hizo ver que para evangelizar en el mundo musulmán hay que empezar, no por querer convertirlos a Jesucristo, sino por quererlos de corazón y reconocer lo que Dios hace de bueno a través de su fe islámica. Los buenos musulmanes están aportando, desde la vivencia sincera de su religión, paz y sentido común a la sociedad y al mundo. Están abiertos a trabajar con cristianos y saben respetarnos y querernos en nuestra diferencia».
Por último, acogemos las palabras de Martha, quien después de vivir este sencillo momento de compartir vida u Misión, escribe: «Hoy he amanecido con un buen sabor diría, en el corazón, después del encuentro de ayer con el P. Mario León omi. Como cada jueves, fuimos a rezar en comunidad; primero ante el Santísimo y después las Vísperas. Esta conversación con el Señor que, a veces se me queda un poco abstracta y otras, demasiado... para mi ombligo, para mis problemas o logros, para mis anhelos y tropiezos. Para mi o para los que quiero. Aunque ayer me sucedió otra cosa. Mario compartió, con muchísima generosidad y valor, su experiencia en una misión tan peculiar como la del Sáhara, tan, desde mi punto de vista, evangélica. Me llegó especialmente que ninguno es un grupo, ninguno es, como dice el lenguaje actual, un colectivo. Para él son cada migrante, cada católico, cada musulmán, cada muerto, cada persona. Esas con las que viven, por las que trabajan y con las que sufren. Así nos contó, por ejemplo, cómo hacen 500 km., hacia un aislamiento incluso de su comunidad religiosa, para celebrar la eucaristía en una iglesia a la que puede que acuda una sola persona, o ninguna. Porque una sola persona, importa.
Gracias a él, ayer me sucedió que mi oración tomó más sentido (además de vivir como un privilegio que sea en comunidad) al darme cuenta de que la entrega que pido al Señor que me conceda, quiero que sea como la de tantos misioneros, como la de Mario: hacia los demás, hacia cada persona, en cada momento de cada día, y que sea valiente, humilde, generosa, sincera, sin ornamentos, pura entrega evangélica. Echar fuera mis prejuicios, fuera mi miedo o rechazo a quien es diferente, estar dispuesta a encontrarme con personas que no piensan como yo y hacerlo de forma desinteresada, tener valentía para hablar de Jesús con mi forma de hacer las cosas. Esforzarme en vivir eso que creo, para dar testimonio. Y, sobre todo, como nos enseñó ayer el P. Mario con el suyo: amar, amar, amar. Gracias P. Mario».
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