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Servir, visitar, vivir…


En su homilía para la ordenación diaconal de Jean Marie Moussa Faye, omi., celebrada el pasado 21 de enero de 2023, Mons. Cristóbal López Romero, cardenal de Rabat, dejó la siguiente frase: «quien no vive para servir, no sirve para vivir». Seguramente este aforismo adquiere diversas significaciones según el contexto en el que se diga, pero en la Iglesia que peregrina en el norte de África sugiere, sin duda alguna, el icono de la visitación: María va al encuentro de su prima Isabel desinteresadamente, movida por el deseo de ayudar que le inspiraba el llevar al Salvador en su seno.


En este relato evangélico se plasma gráficamente la cita realizada por el Papa Francisco en el discurso de su visita a Marruecos, donde exhortaba a los presentes: «Conscientes del contexto en el que estáis llamados a vivir vuestra vocación bautismal, vuestro ministerio, vuestra consagración, queridos hermanos y hermanas, me viene al espíritu esta palabra del santo Papa Pablo VI en su encíclica Ecclesiam suam: “la Iglesia debe entrar en diálogo con el mundo en el que vive. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace conversación”» ( nº67).  


Una imagen y una verdad puestas de relieve por Jean Marie al haber querido ordenarse diácono en un lugar tan especial como es la Misión del Sáhara, de la que forma parte desde el pasado mes octubre para realizar su año de pastoral. De forma que, este joven senegalés, se ha convertido en el primero en recibir el sacramento del orden en esta bendita tierra, setenta años después de la llegada de los oblatos. Por eso, aun siendo pionero bajo este punto de vista, es receptor de toda una historia de respeto y aprecio religioso-cultural, llevada a cabo desde los inicios, tal y como pudimos leer en el libro La voz del desierto. Y gracias a la catolicidad, se convierte para nosotros en un don que nos invita a mirar «a todas las naciones con la esperanza y la certeza de encontrar en ellas la verdad humana que contiene cada una» (Albert Camus La crisis del hombre).


Para poder vivir un momento tan privilegiado, nos preparamos mediante una vigilia de oración el sábado por la noche. A través del canto y la Palabra de Dios tuvimos ocasión de unirnos a Jean Marie al reconocer todo lo ocurrido en su recorrido vocacional como un regalo del Señor. Algunos de los allí presentes, como el P. Jean Maurice, omi, y el P. Christophe, omi, habían sido testigos de ello durante su etapa de formación.


Han sido días de un fuerte viento en Dakhla y el domingo no lo fue menos. Aunque Dios suele manifestarse en la brisa serena, es posible que necesitáramos de este huracán para comprender que el Espíritu Santo está muy presente en esta misión por diferentes motivos. Puede, por tanto, que la ordenación sólo sea la punta del iceberg, un hermoso signo que nos invita a mirar más allá de las apariencias. A ello invitaba el Papa Francisco en el discurso ya mencionado, donde enseñaba: «Esto significa, queridos amigos, que nuestra misión de bautizados, de sacerdotes, de consagrados, no está determinada particularmente por el número o por el espacio que ocupamos, sino por la capacidad que tenemos de llevar a cabo y de suscitar cambios, asombro y compasión; por la manera en la cual vivimos como discípulos de Jesús, en medio de aquellos y aquellas con quienes compartimos lo cotidiano, los gozos, las penas, los sufrimientos y las esperanzas».


La comunidad cristiana que se dio cita en la parroquia Ntra. Sra. del Carmen fue un testimonio vivo de esta petición: no es muy numerosa, ni muy visible, pero asombra por la fe, esperanza y caridad con la que viven su día a día en un contexto musulmán. Con ello suscitan un cambio en los que la miramos desde Europa, el de no tener miedo a los hermanos debido a su raza o religión, el de no estar siempre preocupados por nuestra relevancia social. Aunque referidas a otra situación, podemos aplicarnos lo dicho por A. Camus cuando escribía: «Hay crisis porque hay terror. Y hay terror porque las personas creen que nada tiene sentido o bien que sólo lo tiene el éxito histórico, porque los valores humanos han sido reemplazados por los valores del desprecio y la ineficacia, el afán de libertad por el afán de dominio. Ya no tiene razón quien tiene la justicia de su lado, tiene razón quien tiene éxito. Y cuánto más éxito, más razón» (¿Somos pesimistas?).  


La ordenación diaconal de Jean Marie, celebrada con inmensa alegría por los hermanos de Dakhla, nos enseña a poner nuestra intención en servir, no en dominar; en testimoniar, no en aleccionar; en unir, no en separar; en amar, no en juzgar. Así se desprendía de todas las hermosas canciones -cantadas y bailadas, como una fiesta se merece- que comenzaron con Pueblo de reyes, en francés, y terminaron con una Salve Regina, en perfecto latín. Riqueza de idiomas, de vestidos, de danzas… porque «todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios» (1 Cor 3, 22s).


No faltaron los momentos emotivos: el cojín para la postración, bordado con una leyenda para este día; la sábana con la que en Senegal se cubre durante la postración litánica al ordenando, puesta por su madre quien también le dedicó unas palabras justo después de ser revestido; los PP. Pascal y Stanis de Senegal, imponiendo la dalmática al ordenado; la acción de gracias al finalizar la Eucaristía, donde Jean Marie no dejó a nadie sin nombrar.


Y de la misa a la mesa, para seguir celebrando con alegría. Algunos lo han llamado el octavo sacramento. Tal vez sea exagerado. Otros se han conformado con afirmar que la ordenación o la consagración religiosa supone la fiesta de todos y por eso todos son invitados al después. Sea como fuere, lo cierto es que podemos llamarlo ágape, es decir, símbolo del amor de Dios que se da y se comparte a partes iguales. No hubo un momento sin música y baile, porque «la música rellena huecos del alma que sólo así se rellenan, transmite una visión completa del mundo, una sensibilidad, una intuición, un sentir el tiempo de las cosas» (Rodrigo Cortés, Los años extraordinarios). 


Habría muchas más cosas que señalar y, seguramente, serán las más las que hayan quedado en el tintero. En las fotos recogidas en nuestra noticia esperamos puedan reflejarse y disfrutarse por quienes a ellas se acerquen. Sin embargo, algunas personas importantes no aparecen en ellas. Queremos terminar recordando a todos los oblatos que han hecho posible este hoy, cuando nadie veía la razón de esta misión, cuando no parecían resonar las palabras del profeta: «algo nuevo está brotando, no lo notáis» (Is 43, 19). Nombrar a todos desbordaría nuestro propósito. Por eso, con permiso del actual Prefecto Apostólico, Mario León Dorado, y agradeciendo de todo corazón a todos los que aquí dejaron su huella, haremos referencia a tres. 


El P. Camilo González, quien pasó 44 de sus 93 años por estas latitudes. Todavía hoy preguntan por él, y hemos tenido ocasión de comprobar la emoción de un oriundo del lugar al ver su foto y recordar al Padre nata, por los caramelos con los que siempre obsequiaba a los niños. Los otros dos ya pertenecen a nuestra comunidad del cielo, Mons. Félix Erviti, el iniciador, y Mons. Acacio Valbuena, su sucesor. Ambos gozaban de un buen sentido del humor y ambos amaron entrañablemente a este pueblo. Nos gusta imaginarles con una sonrisa en los labios en este día, al ver cómo la semilla cayó en tierra buena y sigue dando fruto (Cfr Lc 8, 5-15).   




 

 


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