Homilia del P. Alberto, provincial
LOS OBLATOS ESPAÑOLES
Pozuelo, 26 de mayo de 2012
AGRADECIMIENTO DEL PADRE ALBERTO
Estimado hermano, mons. Ramiro, estimado Padre General, padre Luis, estimado p. Chicho,
querido padre Otilio, queridos hermanos del Consejo de la nueva Provincia Mediterránea
Queridos hermanos Oblatos, Queridos laicos associados, queridos amigos que habéis llegado a compartir este momento especial,
deseo saludaros desde lo más hondo de mi corazón y atestigüaros mi fraternidad. En este momento, tan particular, tampoco quiero esconder mi emoción encontradome en medio de vosotros con el rol de Superior Provincial.
Quién sabe cuántos pecados habéis hecho por tener, como Provincial, este pobre oblato italiano!
Pero… tranquilos! Soy muy consciente de no tener merecimientos particulares o
cualidades morales, intelectuales y espirituales mejores que las de vosostros. Estoy
aquí para este servicio de comunión, como eje de esta nuestra familia religiosa que se
llama “Provincia Mediterránea”, por un designio misterioso que ha pasado, también,
a través vuestra voluntad y que Dios ha hecho suyo. Me atrevería a decir – os lo
digo con todo el corazón y espero no blasfemar – que Dios me ha elegido a través
de vuestra colaboración, vuestro consentimiento. Yo pienso que Dios ha acogido, ha
aceptado lo que nosotros, los humanos – en este caso los Oblatos – hemos decidido.
Sabemos que Dios sabe escribir derecho en los renglones torcidos: frente a su amor, a
su rectitud, frente a vosotros que sois – es cierto – mejores que yo dada la experiencia
que tenéis de la vida religiosa y misionera, yo me siento, exactamente, como un
renglón torcido. Pero, gracias al poco de fe que tengo, sé que Dios puede y quiere
escribir derecho para el bien de nuestra vida de creyentes y de discípulos, para el bien
de nuestra familia religiosa, para el bien de la Iglesia, para el bien de su Reino.
Quiero estar delante de vosotros con grande sencillez de corazón, como un hermano
que quiere aprender a quereros y a hacerse querer, pero, y sobre todo, como escribí
en la carta de saludo después de mi nombramiento como Provincial, os pido ser
humildes para conmigo, ser fraternales, acogedores, mansos, con el deseo de
ofrecerme vuestra simpatía y vuestra ayuda, de echarme una mano para construir,
juntos, algo de esa belleza que nos viene de Jesús, el Resucitado, y de su Evangelio.
Por otro lado, si estamos aquí, si somos cristianos, si queremos ser hombres de Dios,
si somos sacerdotes, lo somos solo para eso: para ser testigos del resotro de un Dios
que es Amor salvador, que genera comunión; para decir que el Evangelio, Jesucristo,
es la realida la más linda, la más atrayente que todo hombre pueda desear y esperar.
Como lo he dicho el domingo pasado, en la maravillosa eucaristía con la que hemos
dado oficialmente comienzo a la nueva Provincia, nosotros sabemos, aunque no
siempre seamos conscientes de ello, aunque no siempre seamos testigos auténticos de
ello, que Jesucristo es nuestro tesoro. Sí, nuestro tesoro es Jesucristo. Es Ėl que debe
ser anunciado, porque el hombre, todo hombre, busca a él, aùn cuando el hombre no
sabe que èl esta ahí, que él es el viviente. Nuestro tesoro es Jesucristo: nosotros, que
estamos aquí, sabemos que èl está allí, él es el Dios viviente. "¡ Ay de mí si no Le
predicara", decìa San Pablo y Pablo VI a Manila en 1971, expresó este apellido como
un grito suffrido. "¡ Este grito e nuestro. Es el grito de nuestra fe. Que este grito nos
dé convicción, esperanza y alegría auténtica a nuestra identidad de consagrados y de
laicos cristianos, frente a la falta de aliento que parece tener el cristianismo, frente a
un malestar que se percibe en la sociedad, que no es sólo económico, sino espiritual,
como no acaba de recordarnos el papa Benedicto XVI; malestar que afecta a la
Iglesia, marginada, puesta en estrechez ad extra, pero también un poco deprimida,
apática y resignada ad intra. Un malestar que afecta la vida consagrada, que parece
reducirse a pequeña luz, al menos en Occidente y pobre de ideas y de entusiasmos.
Él, el Señor resucitado, nos ayude a vencer cierta mediocridad, cierto sincretismo de
comportamiento que no nos hace justos, pero nos hace tristes. El nos recuerde que
tenemos una dignidad inconmensurable que proviene del bautismo, de la vocacion
a la misión que es el camino para nuestra santificación y a mantener una actitud de
confianza en la presencia del Señor resucitado tambien como antídoto para rechazar
toda banalizacion de la vida.
Tenemos que decirnoslo con toda sinceridad: quizá la primera y principal motivación
por la que Dios ha querido esta nueva Provincia sea esta: hacernos vislumbrar un
nuevo llamado para creer de manera nueva. Quizá seamos llamados a reapropiarnos
de manera nueva, es decir con nueva profundidad y prioridad, de Jesucristo y del
Evangelio y comprender que el amor a la Iglesia es el único cofre que hay que
custodiar para que esa presencia no se desuelva.
Sì, si Cristo será nuestro tesoro, El será nuestro compañero de ruta. Pero nuestra
Provincia tiene otros compañero de ruta: son nuestros hermanos oblatos que ya están
del otro lado. Son, de manera muy especial, vuestros, nuestros jóvenes escolásticos
de Pozuelo que, en 1936, dieron su vida por Cristo, por su Reino y por la Iglesia.
Este lugar nos habla de ellos; este lugar nos dice que su sangre atraviesa la historia
de nuestra Congregación, nuestra historia, nuestra vida. Nuestros compañeros de ruta
son el padre Mario Borzaga, fallecido en 1960 en Laos, y su catequista. Nuestros
compañeros en esta nueva aventura son Venancio Marcos, p. Natalino Sartor, p.
Pietro Bignami con su celo misionero; Mons. Lionello Berti, p. Domingo Crespo, p.
Massimo Kratter, p. Piero Bonometti, Hr. Antonio D'Amico con su bondad; Mons.
Sinforiano Lucas, p. Felipe Diez, p. Giuseppe Borghese, p. Giovanni Santolini,
con su generosidad; p. Eugenio Sánchez, p. Gaetano Liuzzo, con su laboriosidad;
Mons. Félix Erviti, h.no Lèon Fraíle, h.no Candido Pérez, p. Simeon Gómez por su
lealdad, mons. Marcello Zago con su pasión por el diálogo ecuménico. Apoyándonos
sobre estas vidas y muchas otras, no podemos abdicar en arriesgarlo todo para
querer a Cristo y a su Evangelio y en el compromiso de proclamarlo. A partir de
estas existencias, que se han ofrecido por una auténtica Iglesia misionera, sentimos
que tenemos que darlo todo hasta el extremo, porque la Provincia Mediterránea sea
viva y dinámica. Hermosa esposa de Cristo, porque Iglesia: auténticamente Iglesia,
gozosamente Iglesia.
Queridos, que el Señor pueda ser, todos los días gracia para todos nosotros. Que
el Señor nos bendiga todos los días para que estamos en condición de bendecir a
quienes nos envía, sobre todo a los más pobres, sobre todo a los que buscan, en la fe,
el rostro del Dios Viviente.
Agradezco, en nombre de todos vosotros, a nuestro Padre General, a padre Chicho, al
Consejo General por haber acogido y promovido, también canonicamente, la realidad
de la nueva Provincia, nuestra Provincia Mediterránea, autorizzando que las dos ex
Provincias de España y de Italia se hiciesen una sola familia.
Agradezco a los padres provinciales Otilio Largo y Nicola Parretta, a sus consejos
y a los miembros de Cipu (Sipu) (padre Salvo, p. Adriano, p. David, p. Eutimio) por
haber creído y trabajado en este proyecto de unidad.
Quisiera confiar la nueva Provincia Mediterránea y, permitidme, el nuevo Consejo
Provincial y, si queréis, yo también, a La que no cesa de repetirnos, dado que es la
Madre de la Ternura, de “hacer todo lo que” su Hijo, el Hijo del Padre, nos dice:
María Inmaculada.
Que sea la Virgen la que sostenga nuestra alegría de creer y de trabajar por la misión.
Que sea Ella la que nos asegura que el Reino crece y se agranda no obstante nuestra
ceguera y nuestra poca fe.
Estamos seguros que Ella, junto a su Hijo, no nos dejará solos.
Un montón de augurios a todos. Un montón de augurios… Provincia Mediterránea!
Buen… “se hace camino al andar” a todos nosotros.
Y que el Espiritu de san Eugenio y la gracia de nuestro Señor Jesucristo estén con
todos nosostros. Amén.
Pozuelo, 26 de mayo de 2012
AGRADECIMIENTO DEL PADRE ALBERTO
Estimado hermano, mons. Ramiro, estimado Padre General, padre Luis, estimado p. Chicho,
querido padre Otilio, queridos hermanos del Consejo de la nueva Provincia Mediterránea
Queridos hermanos Oblatos, Queridos laicos associados, queridos amigos que habéis llegado a compartir este momento especial,
deseo saludaros desde lo más hondo de mi corazón y atestigüaros mi fraternidad. En este momento, tan particular, tampoco quiero esconder mi emoción encontradome en medio de vosotros con el rol de Superior Provincial.
Quién sabe cuántos pecados habéis hecho por tener, como Provincial, este pobre oblato italiano!
Pero… tranquilos! Soy muy consciente de no tener merecimientos particulares o
cualidades morales, intelectuales y espirituales mejores que las de vosostros. Estoy
aquí para este servicio de comunión, como eje de esta nuestra familia religiosa que se
llama “Provincia Mediterránea”, por un designio misterioso que ha pasado, también,
a través vuestra voluntad y que Dios ha hecho suyo. Me atrevería a decir – os lo
digo con todo el corazón y espero no blasfemar – que Dios me ha elegido a través
de vuestra colaboración, vuestro consentimiento. Yo pienso que Dios ha acogido, ha
aceptado lo que nosotros, los humanos – en este caso los Oblatos – hemos decidido.
Sabemos que Dios sabe escribir derecho en los renglones torcidos: frente a su amor, a
su rectitud, frente a vosotros que sois – es cierto – mejores que yo dada la experiencia
que tenéis de la vida religiosa y misionera, yo me siento, exactamente, como un
renglón torcido. Pero, gracias al poco de fe que tengo, sé que Dios puede y quiere
escribir derecho para el bien de nuestra vida de creyentes y de discípulos, para el bien
de nuestra familia religiosa, para el bien de la Iglesia, para el bien de su Reino.
Quiero estar delante de vosotros con grande sencillez de corazón, como un hermano
que quiere aprender a quereros y a hacerse querer, pero, y sobre todo, como escribí
en la carta de saludo después de mi nombramiento como Provincial, os pido ser
humildes para conmigo, ser fraternales, acogedores, mansos, con el deseo de
ofrecerme vuestra simpatía y vuestra ayuda, de echarme una mano para construir,
juntos, algo de esa belleza que nos viene de Jesús, el Resucitado, y de su Evangelio.
Por otro lado, si estamos aquí, si somos cristianos, si queremos ser hombres de Dios,
si somos sacerdotes, lo somos solo para eso: para ser testigos del resotro de un Dios
que es Amor salvador, que genera comunión; para decir que el Evangelio, Jesucristo,
es la realida la más linda, la más atrayente que todo hombre pueda desear y esperar.
Como lo he dicho el domingo pasado, en la maravillosa eucaristía con la que hemos
dado oficialmente comienzo a la nueva Provincia, nosotros sabemos, aunque no
siempre seamos conscientes de ello, aunque no siempre seamos testigos auténticos de
ello, que Jesucristo es nuestro tesoro. Sí, nuestro tesoro es Jesucristo. Es Ėl que debe
ser anunciado, porque el hombre, todo hombre, busca a él, aùn cuando el hombre no
sabe que èl esta ahí, que él es el viviente. Nuestro tesoro es Jesucristo: nosotros, que
estamos aquí, sabemos que èl está allí, él es el Dios viviente. "¡ Ay de mí si no Le
predicara", decìa San Pablo y Pablo VI a Manila en 1971, expresó este apellido como
un grito suffrido. "¡ Este grito e nuestro. Es el grito de nuestra fe. Que este grito nos
dé convicción, esperanza y alegría auténtica a nuestra identidad de consagrados y de
laicos cristianos, frente a la falta de aliento que parece tener el cristianismo, frente a
un malestar que se percibe en la sociedad, que no es sólo económico, sino espiritual,
como no acaba de recordarnos el papa Benedicto XVI; malestar que afecta a la
Iglesia, marginada, puesta en estrechez ad extra, pero también un poco deprimida,
apática y resignada ad intra. Un malestar que afecta la vida consagrada, que parece
reducirse a pequeña luz, al menos en Occidente y pobre de ideas y de entusiasmos.
Él, el Señor resucitado, nos ayude a vencer cierta mediocridad, cierto sincretismo de
comportamiento que no nos hace justos, pero nos hace tristes. El nos recuerde que
tenemos una dignidad inconmensurable que proviene del bautismo, de la vocacion
a la misión que es el camino para nuestra santificación y a mantener una actitud de
confianza en la presencia del Señor resucitado tambien como antídoto para rechazar
toda banalizacion de la vida.
Tenemos que decirnoslo con toda sinceridad: quizá la primera y principal motivación
por la que Dios ha querido esta nueva Provincia sea esta: hacernos vislumbrar un
nuevo llamado para creer de manera nueva. Quizá seamos llamados a reapropiarnos
de manera nueva, es decir con nueva profundidad y prioridad, de Jesucristo y del
Evangelio y comprender que el amor a la Iglesia es el único cofre que hay que
custodiar para que esa presencia no se desuelva.
Sì, si Cristo será nuestro tesoro, El será nuestro compañero de ruta. Pero nuestra
Provincia tiene otros compañero de ruta: son nuestros hermanos oblatos que ya están
del otro lado. Son, de manera muy especial, vuestros, nuestros jóvenes escolásticos
de Pozuelo que, en 1936, dieron su vida por Cristo, por su Reino y por la Iglesia.
Este lugar nos habla de ellos; este lugar nos dice que su sangre atraviesa la historia
de nuestra Congregación, nuestra historia, nuestra vida. Nuestros compañeros de ruta
son el padre Mario Borzaga, fallecido en 1960 en Laos, y su catequista. Nuestros
compañeros en esta nueva aventura son Venancio Marcos, p. Natalino Sartor, p.
Pietro Bignami con su celo misionero; Mons. Lionello Berti, p. Domingo Crespo, p.
Massimo Kratter, p. Piero Bonometti, Hr. Antonio D'Amico con su bondad; Mons.
Sinforiano Lucas, p. Felipe Diez, p. Giuseppe Borghese, p. Giovanni Santolini,
con su generosidad; p. Eugenio Sánchez, p. Gaetano Liuzzo, con su laboriosidad;
Mons. Félix Erviti, h.no Lèon Fraíle, h.no Candido Pérez, p. Simeon Gómez por su
lealdad, mons. Marcello Zago con su pasión por el diálogo ecuménico. Apoyándonos
sobre estas vidas y muchas otras, no podemos abdicar en arriesgarlo todo para
querer a Cristo y a su Evangelio y en el compromiso de proclamarlo. A partir de
estas existencias, que se han ofrecido por una auténtica Iglesia misionera, sentimos
que tenemos que darlo todo hasta el extremo, porque la Provincia Mediterránea sea
viva y dinámica. Hermosa esposa de Cristo, porque Iglesia: auténticamente Iglesia,
gozosamente Iglesia.
Queridos, que el Señor pueda ser, todos los días gracia para todos nosotros. Que
el Señor nos bendiga todos los días para que estamos en condición de bendecir a
quienes nos envía, sobre todo a los más pobres, sobre todo a los que buscan, en la fe,
el rostro del Dios Viviente.
Agradezco, en nombre de todos vosotros, a nuestro Padre General, a padre Chicho, al
Consejo General por haber acogido y promovido, también canonicamente, la realidad
de la nueva Provincia, nuestra Provincia Mediterránea, autorizzando que las dos ex
Provincias de España y de Italia se hiciesen una sola familia.
Agradezco a los padres provinciales Otilio Largo y Nicola Parretta, a sus consejos
y a los miembros de Cipu (Sipu) (padre Salvo, p. Adriano, p. David, p. Eutimio) por
haber creído y trabajado en este proyecto de unidad.
Quisiera confiar la nueva Provincia Mediterránea y, permitidme, el nuevo Consejo
Provincial y, si queréis, yo también, a La que no cesa de repetirnos, dado que es la
Madre de la Ternura, de “hacer todo lo que” su Hijo, el Hijo del Padre, nos dice:
María Inmaculada.
Que sea la Virgen la que sostenga nuestra alegría de creer y de trabajar por la misión.
Que sea Ella la que nos asegura que el Reino crece y se agranda no obstante nuestra
ceguera y nuestra poca fe.
Estamos seguros que Ella, junto a su Hijo, no nos dejará solos.
Un montón de augurios a todos. Un montón de augurios… Provincia Mediterránea!
Buen… “se hace camino al andar” a todos nosotros.
Y que el Espiritu de san Eugenio y la gracia de nuestro Señor Jesucristo estén con
todos nosostros. Amén.
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