25 años de la canonización de san Eugenio

Hace 25 años, tal día como hoy, el también santo en la actualidad, san Juan Pablo II, canonizó al fundador de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, a quien calificó como hombre del Adviento. Aquí tenemos la homilía de dicha celebración, para recordar con alegría dicho momento y seguir viviendo con intensidad este tiempo litúrgico.


1. La venida del Hijo del hombre es el tema del Adviento. Inicia, de este modo, el tiempo del nuevo año litúrgico. Miramos hacia la noche de Belén. Pensamos en aquella venida del Hijo de Dios que pertenece ya a nuestra historia, transformándola de hecho como historia de cada individuo, de las naciones y de la humanidad. Sabemos con certeza que, después de aquélla, tenemos siempre por delante una segunda venida del Hijo del hombre, de Cristo. Vivimos en el segundo Adviento, en el Adviento de la historia del mundo, de la historia de la Iglesia, y en la celebración eucarística repetimos cada día nuestra confiada espera de su venida.


El Beato Eugenio de Mazenod, que proclama santo hoy la Iglesia, fue un hombre del Adviento, un hombre de la Venida. Él no sólo miró hacia aquella Venida, sino que como Obispo y Fundador de la Congregación de los Oblatos de María Inmaculada, dedicó toda su vida a prepararla. Su espera alcanza la intensidad del heroísmo, al estar caracterizada por un grado heroico de fe, de esperanza y de caridad apostólica. Eugenio de Mazenod fue uno de aquellos apóstoles que prepararon los tiempos modernos, nuestros tiempos.


2. El Decreto Ad gentes del Concilio Vaticano II trata de esta actividad, de la que estuvo colmada la vida y la vocación episcopal del Fundador de los Oblatos. Fue enviado como Obispo a la ciudad de Marsella, a aquella Iglesia de la costa meridional de Francia. Contemporáneamente él tenía la conciencia de que la misión de cada Obispo, en unión con la Sede de Pedro, tiene un carácter universal. La certeza de que el Obispo es enviado al mundo, como los Apóstoles, se funda sobre la palabra de Cristo: “id a todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15). De Mazenod fue consciente de que el mandato de cada Obispo y de cada Iglesia local es, en sí mismo, misionero, realizándose de tal modo que, incluso la antiquísima Iglesia de Marsella, cuyos inicios se remontan al período subapostólico, podía cumplir de manera ejemplar su vocación misionera, bajo la guía de su Pastor.


En esto consistió el empeño de san Eugenio, en orden a la segunda venida de Cristo, la cual todos aguardamos con viva esperanza. Se puede decir que su canonización, hoy primer Domingo de Adviento, nos ayuda a comprender mejor el significado de la estación del Año Litúrgico que comenzamos.



3. En la liturgia de este primer Domingo de Adviento comienza hablando el profeta Isaías. Escucharemos su palabra inspirada durante todo este tiempo. Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén. En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, la palabra del Señor de Jerusalén»” (Is 2, 1-3). A la luz del Espíritu Santo, el Profeta tiene una visión universal y muy aguda de la salvación. Jerusalén, la ciudad colocada en medio de Israel, Pueblo elegido por Dios, tiene ante sí un gran futuro. Cuando el Profeta dice que “saldrá… de Jerusalén la palabra del Señor”, muchos siglos antes de la primera venida de Cristo, anuncia la amplitud de la obra mesiánica.   


La mirada de Isaías enriquece nuestra concepción del Adviento. Aquel que debe venir, que debe revelarse “al final” en medio de la ciudad santa de Jerusalén, mediante la palabra de su Evangelio, y especialmente mediante su cruz y su resurrección, será enviado a todas las naciones del mundo, a la humanidad entera. Él será el Ungido de Dios, el Redentor del hombre. Su visita durará poco, pero la misión trasmitida por Él a los Apóstoles y a la Iglesia permanecerá hasta el fin de los siglos. Él será el mediador entre Dios y los hombres, y con gran voz exhortará a las naciones a la paz, invitando a todos a “forjar de sus espadas arados, de sus lanzas podaderas” (cf. Is 2, 4). Así comienza la exhortación de Isaías, dirigida a las gentes de toda la tierra, para que orientemos nuestros ojos y nuestros pasos hacia Jerusalén. De esta exhortación se hace eco el Salmo responsorial, el canto de los peregrinos hacia la Ciudad Santa. “Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor”. Y ahora nuestros pies se detienen a tus puertas, Jerusalén. “Allí suben juntas las tribus, las tribus del Señor” (Sal 122, 1.4). Y añade: “desead la paz a Jerusalén: vivan seguros los que te aman, haya paz dentro de tus muros, en tus palacios seguridad” (Sal 122, 6-7).


4. Ésta es, precisamente, la perspectiva ofrecida por la liturgia de hoy, primer domingo de Adviento, en la que se inscribe la canonización del Fundador de la Congregación de los Oblatos de María Inmaculada. Eugenio de Mazenod, en efecto, había sentido de manera muy profunda la universalidad de la misión de la Iglesia. Él sabía que Cristo deseaba unir a su persona todo el género humano. Por eso toda su vida tiene una atención particular a la evangelización de los pobres, allá donde estos se encuentran.  


Nacida en Provenza, en su región de origen, la Congregación no tardará en extenderse “hasta los confines de la tierra”. Mediante una predicación fundada sobre la meditación de la Palabra de Dios, pone en práctica la exhortación de san Pablo: “¿cómo creerán sin haber escuchado la palabra del Señor? ¿Cómo escucharán su palabra si nadie se la anuncia?” Anunciar a Cristo era, para Eugenio de Mazenod, llegar a ser en plenitud el hombre apostólico del que toda época está necesitada, con el fervor espiritual y el celo misionero que le configuran, poco a poco, a Cristo resucitado.  





5. Mediante un paciente trabajo sobre sí mismo, supo disciplinar un carácter difícil y gobernar su diócesis con clara sabiduría y bondad firme. Monseñor de Mazenod animaba a los fieles a acoger a Cristo con una fe siempre más generosa, para vivir plenamente su vocación de hijos de Dios. Toda su acción fue animada por una convicción que él expresaba en estos términos: “Amar a la Iglesia es amar a Jesucristo y viceversa”. Hermanos y hermanas, Eugenio de Mazenod nos invita a seguirle para presentarnos todos juntos ante el Salvador que viene, ante el niño de Belén, el Hijo de Dios hecho hombre. 


6. El mensaje del Adviento está unido a la venida del Hijo del hombre que siempre se acerca más. A esta conciencia corresponde la exhortación a la vigilancia. En el Evangelio de san Mateo Jesús dice a quien lo escucha: “Por tanto estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del hombre” (Mt 24, 42. 44). A esta exhortación, repetida más veces en el Evangelio, corresponde de un modo excelso el versículo de la carta de san Pablo a los Romanos. El Apóstol les escribe en qué modo podemos ser “conscientes del momento” (Cf. Rm 13, 11). La espera, vuelta hacia el futuro, nos viene siempre representada como un “momento” ya cercano y presente. En la obra de la salvación nada puede ser dejado para después. ¡Cada “hora” es importante! El Apóstol escribe que “nuestra salvación está ahora más cerca que cuando empezamos a creer” (Rm 13, 11) y compara este momento presente con el alba, el momento culminante del paso entre la noche y el día. 


San Pablo transfiere al terreno espiritual el fenómeno que acompaña el despertar de la luz diurna. “La noche está avanzada, -les escribe- el día se echa encima. Dejemos, pues, las  actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz” (Rm 13, 12). Después de haber llamado por su nombre a las obras de las tinieblas, el Apóstol indica a qué alude con “las armas de la luz”: “Pertrechémonos con las armas de la luz”, es decir, “revestíos… del Señor Jesucristo (Rm 13, 14). Él es la norma de vuestra vida y de vuestro actuar, de modo que en Él podéis llegar a ser una criatura nueva. Así renovados, podréis renovar el mundo en Cristo, en virtud de la misión a vosotros conferida ya en el Sacramento del Bautismo.



Hoy la Iglesia da gracias a Dios por san Eugenio de Mazenod, apóstol de su tiempo, el cual, revestido del Señor Jesucristo, gastó su vida en el servicio del Evangelio de Dios. Damos gracias a Dios por la gran transformación llevada a cabo por la obra de este Obispo. Su influjo no se limita a la época en la que vivió, sino que continúa actuando también sobre nuestro tiempo. De hecho, el bien llevado a cabo en virtud del Espíritu Santo no perece, sino que dura en cada “ahora” de la historia. Sean dadas gracias a Dios. 


Comentarios

  1. Hermosas lecturas... Llenemonos de ESPERANZA. Para recibir la llegada

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