Ir al contenido principal

Encuentro anual de la Familia Oblata

 


No es original ni el encuentro ni, por desgracia, el modo de llevarlo a cabo durante esta pandemia, es decir, mediante el ya archiconocido Zoom. Pero, como siempre, Dios hace nuevas todas las cosas y se hace presente en lo cotidiano. Con palabras del Papa Francisco en la Evangelii gaudium, Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina (EG 11).


De este modo, el Señor nos ha sorprendido nuevamente y, a pesar de la distancia, los miembros de la Familia Oblata hemos experimentado un año más la alegría de la fraternidad. P
odríamos cantar el estribillo de Celtas Cortos, ¡No!, ¡no nos podrán parar! 


Centrados este año en la vivencia del laico oblato, en previsión del encuentro internacional del laicado asociado que ha debido retrasarse al año 2022, nuestro encuentro dio comienzo con una introducción del P. Ventura, actual delegado provincial para este ministerio en el Territorio español.


En dicha introducción, hicimos un ejercicio de memoria agradecida en el que recordamos a todos los movimientos laicales vinculados al carisma desde la llegada de los Misioneros Oblatos a España en 1882.



Al día siguiente, durante la mañana, intentamos conectarnos con el presente, para lo cual nos sirvió de un modo especial, a parte de las reflexiones realizadas, el momento de unión a la oblación perpetua del Escolástico Danilo Branda. Pudimos rezar las letanías junto con los presentes físicamente en la celebración en Roma, para pedir a todos los santos la intercesión sobre nuestro hermano.


Una de las características de este encuentro fue la unión de corazón en los momentos de oración, en los cuáles nos "desconectábamos" para unirnos de un modo más profundo en el Señor, tal y como san Eugenio hacía con sus misioneros en tierras lejanas a quienes decía: gran consuelo es tener un centro común donde encontrarnos cada día ¡Qué lugar de cita deliciosa es ese altar en el que se ofrece la sagrada víctima y ese sagrario en el que cada día adoramos a Jesucristo y conversamos con Él de cuanto nos interesa!(ST 268).




La tarde del sábado la dedicamos, sobre todo, a mirar al futuro: ¿qué podemos seguir haciendo juntos? ¿Cómo seguir viviendo nuestro querido carisma, tan necesario y actual hoy en la Iglesia? La reflexión en los distintos grupos nos dio algunas pistas para ello, pudiendo ponerlas posteriormente en común.



Para ese futuro necesitamos recibir la fuerza del Señor, sentirnos enviados por Él para trabajar en su viña. Por eso recibimos este envío mediante la cruz oblata, que recoge las vidas de tantos misioneros y de tantas personas que han recibido la misericordia de Dios a través del que ha de ser nuestro único distintivo.


Una vez más, al modo de una hermosa inclusión, terminamos nuestro encuentro de la misma manera en la que lo habíamos comenzado, es decir, con un inmenso gracias a Dios por habernos llamado, por habernos convocado como familia formada por laicos, oblatas y oblatos, y por abrirnos nuevos espacios de comunión y misión conjunta.




Comentarios