Oración vocacional mes de marzo
“A la escucha de San José”
Introducción
El 8 de diciembre de 2020, el Papa Francisco anunció un año especial dedicado a San José para conmemorar el 150 aniversario de la declaración de San José como patrono de la Iglesia universal. El Señor confió a San José, la vocación de la protección de la sagrada familia de Nazaret que él ejerció discretamente, en humildad y en silencio, pero también, con una constante presencia y total fidelidad, incluso cuando no comprendía.
Habiendo aceptado la misión que Dios le confió, San José estuvo presente en cada momento con fidelidad y amor. Estaba al lado de María, su esposa, en los momentos serenos y en los más difíciles de la vida:
- En el viaje que hicieron a Belén para el censo,
- en el momento del nacimiento,
- en la huida a Egipto,
- en la búsqueda inquietante del niño perdido en el Templo,
- También en el hacer de cada día en la casa de Nazaret y en el trabajo cotidiano en la carpintería, donde enseñaba a Jesús el oficio de carpintero.
San José vivió su vocación de protector de María, de Jesús y de la Iglesia en constante escucha y disponibilidad al proyecto de Dios.
Protector de la Congregación, patrono de los Oblatos Hermanos, San José es un santo a quien todos los oblatos deben venerar. El Directorio de los noviciados y escolasticados de 1876 prescribía: “Entre todos los santos a quienes los novicios honrarán de modo especial, San José ocupará el primer lugar, tanto por razón del singular privilegio que tuvo de estar asociado al misterio de Jesucristo, como por ser patrono de las almas interiores que llevan una vida oculta…Por eso le invocarán a menudo… y unirán casi siempre su nombre a los nombres sagrados de Jesús y de María…”.
Como a San José, el Señor nos pide hoy, a nosotros, como familia oblata, acompañar a los niños y jóvenes a descubrir su vocación, el proyecto de Dios sobre ellos. Dispongamos nuestro corazón, a la escucha de la Palabra de Dios.
Palabra de Dios (Mt 1, 18-24)
La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo.
Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.» Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús.
Reflexión
San José fue un hombre de fe. Hacía falta mucha fe para no creer lo que estaba viendo: que su prometida, embarazada, le había sido infiel. Él creía en María, porque la amaba apasionadamente, y creía en Dios, porque era su único Señor. Veía que María estaba embarazada...
1.- San José nació para servir silenciosamente. En los evangelios no encontramos ni una sola palabra dicha por San José. Sin embargo, se nos dice que San José, obedeciendo al ángel, protegió a María contra los que hubieran podido lapidarla, al encontrarla embarazada antes de convivir con su esposo. También protegió al Niño, huyendo a Egipto para librarlo de Herodes. San José no pensó en sí mismo, ni reaccionó con orgullo herido, cuando comprobó que su prometida estaba embarazada. Sólo pensó en el bien de María y en defenderla contra sus posibles acusadores. Tampoco se preocupó de sí mismo, ni en las muchas dificultades del viaje, cuando el ángel le dijo que huyera a Egipto. Por lo poco que sabemos de San José, podemos deducir que fue una persona siempre al servicio de los demás, callada y silenciosamente. Es esta una virtud grande y difícil de practicar, porque a todos nosotros nos gusta pregonar nuestras buenas acciones. Espontáneamente, pensamos primero en nosotros mismos, antes que en los demás. Y nos gusta que los demás conozcan y valoren las cosas buenas que nosotros hacemos. Estas virtudes de humildad y vocación de servicio que tuvo San José son virtudes que nosotros debemos imitar y pedirle a Dios que nos las conceda. Es una buena oración que podemos hacer hoy, recordando a San José.
2.- San José fue un hombre de fe. Hacía falta mucha fe para no creer lo que estaba viendo: que su prometida, embarazada, le había sido infiel. Él creía en María, porque la amaba apasionadamente, y creía en Dios, porque era su único Señor. Veía que María estaba embarazada, pero su fe en María le decía que ella no podía ser culpable de nada; sabía que Dios castigaba a las adúlteras, porque así lo decía la Ley, pero su amor a Dios le decía que Dios no podía castigar a María, porque esta siempre había querido ser una humilde esclava del Señor. Él creía firmemente que María le había sido fiel, porque sabía que María era fiel al Señor. Y actuó movido por la fe, consolado e iluminado por el ángel. Creyó interiormente, a pesar de todas las apariencias exteriores. No nos es fácil hoy a nosotros, hijos de la ciencia y de la experiencia, creer en las maravillas de Dios. Creer hoy para nosotros supone un profundo acto interior de fe, porque son muchos los que nos dicen que no es posible ver a Dios, con los solos ojos de la ciencia, en el universo. Tenemos que creer con los ojos del alma lo que no podemos ver con los ojos del cuerpo y eso supone un gran acto de fe. Que San José nos ayude a ser personas de profunda fe.
3.- El día de San José, día de las vocaciones sacerdotales. A la falta de fe y a la falta de vocación de servicio se debe, entre otras causas, la falta de vocaciones sacerdotales. Si nuestra sociedad educara a sus hijos en la fe cristiana y en la vocación de servicio, las vocaciones sacerdotales florecerían. Pero, desgraciadamente, no es así. Se educa a los niños para que triunfen social y económicamente, al margen de los valores cristianos. Pedir hoy por las vocaciones sacerdotales es pedir por una educación humana y cristiana, de acuerdo con el evangelio de Jesús de Nazaret. Pidamos al Señor que inspire a los padres y madres de familia, para que eduquen a sus hijos en la vocación de servicio y en la fe cristiana; sólo así podrán surgir dentro de la familia vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada.
San José en la Congregación de los Misioneros Oblatos
La devoción a San José en la Congregación ha seguido el progreso de este culto en la Iglesia e incluso a veces lo ha hecho avanzar: «Si la devoción a San José, según el testimonio de Benedicto XV, se ha desarrollado progresivamente desde hace medio siglo, no conviene que nuestra Familia que se ha adelantado a este movimiento, se quede ahora atrás». El impulso venía de arriba, pues esta devoción ocupaba un lugar importante en la piedad personal del Fundador y en sus directrices a la Congregación.
EL FUNDADOR
Por más que lo diga el P. Eugenio Baffie, no se hallan huellas de esta devoción en Eugenio de Mazenod «desde sus más tiernos años». Tales manifestaciones de piedad y de confianza aparecerán más tarde. Parece que hay que conectar esta devoción con su visión de la Iglesia, fruto de la Sangre de Jesús, visión que desborda el marco de la Iglesia terrestre y le hace entrar en comunión incesante con la Iglesia del cielo. De ahí su profunda devoción a los santos, especialmente a María Inmaculada e, «inmediatamente después de la Santísima Virgen, escribe el P. Rambert, San José ocupaba el primer lugar en su corazón».
Una carta al P. Eugenio Guigues nos revela el fondo del pensamiento del Fundador sobre San José: «Creo que su alma es más excelente que todas las inteligencias celestes, por encima de las cuales está sin duda en el cielo. En esa morada deliciosa, Jesucristo, María y José son tan inseparables como lo eran en la tierra. Creo estas cosas con la fe más segura, es decir con tanta certeza como creo en la Concepción Inmaculada de María y por las mismas razones, guardando la proporción. Le confiaré incluso algo que me gusta pensar: estoy muy persuadido también de que el cuerpo de San José está ya en la gloria y que está allí donde debe permanecer siempre. Como lo he dicho de su alma, junto a Jesús y María, por encima de los coros de los ángeles. Por eso, en vano buscaría usted reliquias suyas en la tierra. No las encontrará, igual que las de su santa esposa. De uno y otro no se poseen más que objetos, mientras que la tierra está llena de reliquias de los Apóstoles, de los santos contemporáneos del salvador, de San Juan Bautista, etc. Ni siquiera tuvo alguien nunca la idea de presentar falsas reliquias de esas dos eminentes personas, en lo que yo veo una disposición de Dios. Yo compruebo el hecho¸ usted le dará el valor que le plazca. Para mí, no es más que un confirmatur de mi profunda convicción, de la que hago pública profesión. Si agrada a su piedad, medítelo y no dudo de que lo adopte, me refiero al conjunto de mi doctrina sobre el santazo al que veneramos de todo corazón».
Esta profunda devoción se enraíza en una amplia visión de fe sobre la predestinación de San José, esposo de María. Las razones de su veneración y de su confianza provienen de las relaciones del todo excepcionales del santo con el Salvador y con María Inmaculada, las dos grandes devociones del Servidor de Dios.
Esto explica por qué él obtuvo de la S. Sede autorización para hacer conmemoración de San José en todos los oficios de la Virgen (misa y oficio divino). También se le ve recurrir sin cesar a su intercesión, confiarle los intereses materiales de la Congregación, el reclutamiento, la salud de los misioneros, el éxito de su apostolado y el acierto de los capítulos generales que pone oficialmente «bajo el patrocinio de San José, nuestro muy amado Patrono»; bajo su misma protección coloca a menudo las casas, «después de la Santísima Virgen que debe ser siempre la patrona principal de todas nuestras casas».
LA REGLA
En la Regla el Fundador no menciona explícitamente a San José. Sin embargo, como hace notar el P. Deschâtelets, superior general, en una carta a los provinciales, San José inspira una serie de artículos que describen la vida en el noviciado y que deberían guiar la de todas nuestras casas: «Me parece que es con el espíritu de San José como deberíamos practicar esos artículos de nuestras santas Reglas en que se describen con exquisita delicadeza todas las finezas de la caridad comunitaria hecha de atenciones, de humildad, de cortesía, de modestia, de piedad, mezcla de las virtudes naturales más suaves y de las virtudes sobrenaturales más exquisitas. Quiero hablar de los artículos donde se trata directamente de los novicios, pero también, por lo mismo, del espíritu que debe animar toda nuestra espiritualidad comunitaria o congregacional. Yo creo que estos artículos nos remiten a la Sagrada Familia, y en especial a su venerado San José. Es lástima que no se piense en ello más a menudo. Con todo, no son solo los novicios los que tienen necesidad de esas virtudes comunitarias […] San José, ¡qué modelo para nosotros! ¡Qué inspiración para nuestra predicación! Con el santo patriarca entramos en una atmósfera de fe pura tan opuesta a la de nuestro siglo».
LOS CAPÍTULOS GENERALES
Repetidas veces los Capítulos generales han testimoniado la confianza que la Congregación ponía en su santo patrono. Así el Capítulo de 1837, presidido por el Fundador, adoptó por unanimidad esta resolución: «El día de la oblación se recibirá la cruz, signo auténtico de nuestra misión, y el escapulario de la Inmaculada Concepción, que se deberá llevar bajo el hábito. Además, para dar a San José una nueva muestra de afecto y de confianza, el Capítulo ha decidido lo siguiente: por la tarde [en la oración de la noche], se añadirá la oración de San José, protector especial de nuestra Congregación».
Como consecuencia del cincuentenario de la proclamación del patronazgo universal del San José celebrado por Benedicto XV, el Capítulo de 1920 decide añadir las letanías de San José al rezo cotidiano del rosario.
También durante el mismo Capítulo de 1920, Mons. Emilio Grouard, a instancias del P. José Ioppolo, solicitó y obtuvo la introducción de la invocación «Bendito sea San José, su castísimo Esposo» en las invocaciones que se rezan después de la bendición con el santísimo Sacramento.
Peticiones
1- Señor, desde los orígenes, tú no cesas de llamar. Te damos gracias por todos los que han escuchado y reconocido tu voz. Te pedimos que infundes en el corazón de todos, confianza para responder: «hágase en mí según tu Palabra!». Roguemos al Señor.
2- Señor, tú llamas a personas consagradas para proclamar al mundo las maravillas de tu amor. Que sean muchos, los jóvenes que oyen en su corazón esta llamada a vivir la pasión del Evangelio y que respondan: «hágase en mí según tu Palabra!». Roguemos al Señor.
3- Señor, tú llamas a las familias para que tu pueblo crezca y que venga tu reino. Te pedimos que los padres sean fieles a su vocación de bautizados a imagen de San José. Que estén abiertos a lo que Tú deseas para su bienestar y el de sus hijos y que respondan con plena confianza: « hágase en mí según tu Palabra!». Roguemos al Señor.
4- Señor, tú llamas a los jóvenes a la santidad y conduces su vida aunque ellos a veces no lo saben. Te pedimos que nos des la gracia de ayudarles a estar siempre abiertos a tu ternura, para que se disipe el miedo que les paraliza. Que puedan crecer unidos a Ti, para encontrar su lugar en el mundo, en la Iglesia y responder de todo corazón: «hágase en mí según tu Palabra. » Roguemos al Señor.
Oración final
Señor, por intercesión de San José, hombre de silencio, despierta en nuestros corazones el sentido de recogimiento, de interioridad y de escucha de tu Palabra para ponerla en práctica.
Te presentamos la vitalidad misionera de la Iglesia para que haya una nueva generación de testigos del Evangelio en el mundo, y te pedimos que sostengas la fidelidad de los sacerdotes, personas consagradas y laicos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amen
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