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«La cruz realoja a la resurrección en la historia»

 


Esta frase de Joseph Moingt nos recuerda algo importante: la resurrección de Jesús, que estamos celebrando en este tiempo de pascua, no borra nuestro recuerdo de su pasión. Es en ella donde nuestros sufrimientos pueden adquirir sentido y esperanza. El sepulcro vacío hallado en la mañana del domingo nos inunda de alegría, ciertamente, pero de una alegría serena, como canta el pregón sobre la luz del cirio.


 A esta vivencia de nuestra fe nos ayudan nuestros mártires oblatos. A propósito de la espiritualidad que podemos aprender de ellos, nos enseñaba el P. Louis Lougen en su catequesis de la JMJ de 2011: «Lo tercero que aprendemos de los mártires: Es el poder espiritual del Amor, Perdón, de la Oración y la Alegría: Aunque eran conscientes de la muerte que pendía sobre ellos, estos oblatos escogieron vivir el mandato evangélico de amar a sus enemigos, perdonarlos y orar por los que les perseguían, así como de alegrarse por sufrir por causa del nombre de Jesús. En la sociedad hoy, el placer, lo fácil y la comodidad son los fines últimos de la vida. Podemos ver un desafío y un mensaje profético en las vidas de estos oblatos. Ellos cuestionan nuestras vidas y nos llaman a ser verdaderos testigos de nuestra fe cristiana».


Siguiendo esta estela, el actual Superior General, nuestro querido Chicho, en una de sus últimas visitas a Pozuelo, instó a la Familia Oblata del lugar a ser conscientes de su misión como «custodios» de esta espiritualidad, por vivir la fe en el entorno de la casa martirial. Todo ello ha estado muy presente en la cuaresma de este año 2024.


De ahí que, al ya tradicional via crucis por la casa oblata de Pozuelo, recorriendo los santos lugares que habitaron los 23 beatos -y que se lleva haciendo desde el año 2019 sin interrupción-, se hayan añadido otros eventos significativos en los últimos tiempos. Uno de ellos, que también comienza a tener la consistencia de la tradición, es el via crucis realizado junto con la parroquia del Carmen el viernes santo, en el cual se recorren las huellas del beato Cándido Castán. 



Este año, a causa de la lluvia, hubo de realizarse en el templo parroquial, pero en los dos anteriores cerca del centenar de personas recorrieron las calles de Pozuelo por las que transitó este laico, padre de familia, beatificado junto a nuestros 22 oblatos mártires de España. Se está convirtiendo en un momento de significativo, igualmente, para las personas del barrio de la estación, quienes se sienten alentadas a vivir sus día a día iluminados por ejemplo de este santo del lugar.


El deseo de la familia oblata de Pozuelo de vivir y dar a conocer la espiritualidad martirial no se ha detenido ahí y, en este 2024, han añadido dos eventos más. El primero fue también un via crucis, pero en esta ocasión, peregrinaron por las calles de Madrid donde 15 de nuestros beatos vivieron su calvario desde el 25 de julio hasta el mes de noviembre de 1936. Lugares emblemáticos por los que supimos que anduvieron, vivieron o fueron encarcelados en aquellos crueles días. Y lo hicieron recordando unas bellas palabras de Juan Pablo II: «Los testigos de la fe, que esta tarde nos hablan con su ejemplo, no buscaron su propio interés, su propio bienestar, la propia superviviencia como valores más grandes que la fidelidad al Evangelio. Incluso en su debilidad, ellos opusieron firme resistencia al mal. En su fragilidad resplandeció la fuerza de la fe y de la gracia del Señor. (...) Si nos enorgullecemos de esta herencia no es por parcialidad, ni menos aún por deseos de revancha hacia los perseguidores, sino para que quede de manifiesto el extraordinario poder de Dios, que ha seguido actuando en todo tiempo y lugar. Lo hacemos perdonando a ejemplo de tantos testigos muertos mientras oraban por sus perseguidores».


Es cierto que en este tiempo cuaresmal la preponderancia la han tenido los via crucis, pero cabe reseñar, para finalizar, el retiro del sábado santo en Paracuellos del Jarama. Allí pudieron recordar que, habitualmente, nuestra vida se enmarca en los sentimientos experimentados por los Apóstoles en este día. En muchas ocasiones nos encontramos con expectativas frustradas que no sabemos gestionar y sentimos, en lo más profundo, el silencio de Dios ante nuestra realidad. En ese silencio se nos invita, siguiendo el ejemplo de los dos de Emaús, a encontrar sentido y esperanza de un modo nuevo.


Este camposanto, tan especial para nosotros y donde germina la semilla de la fe, nos ayudó a encontrar el silencio sonoro y las esperanzas renovadas que nos ayuden a vivir nuestro bautismo a la altura del tiempo actual. A ello también contribuyeron unas sabias palabras del Hermano John de Taizé, que quieren compartir con nosotros para transmitirnos lo vivido en esa hermosa mañana: «En el tiempo del Sábado Santo la semilla crece bajo la tierra (cf. Mc 4,27). Su crecimiento parece imperceptible, es visible únicamente en escasos momentos de gracia, pero esta actividad subterránea no cesa jamás. En caso contrario no habría más tiempo, más razones para que la historia continuase. A los creyentes también se les puede olvidar el carácter auténtico de su esperanza, al estar cogidos por las trampas de un mundo desgarrado donde han sido enviados como testigos. Pueden estar tentados al desaliento, conducidos a buscar consolaciones ficticias en los sueños o a imaginar estrategias para transformar el mundo de un modo espectacular o prematuro. El camino hacia adelante es más bien el de abrir el corazón a la Presencia que llama a la puerta, que transmite la seguridad de que no hay que temer: la semilla crece cada vez más, la levadura desaparece en la masa en la que hace su trabajo, el sol brilla más allá de la niebla y, lento pero seguro, la disipará». 











 


 

 


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