Historias misioneras en tiempo de pandemia (I)

Y luego dicen que no habrá Navidad…



Miro de nuevo la foto, ahí están ocho meses. En nuestros rostros ocho meses de espera sin poder celebrar la Misa. Ocho meses de vida… Ella, llamémosla Mary, está con su niño, llamémosle Yosuha. El Covid llegó cuando estaba embarazada, como muchas otras. Había llegado al Sáhara desde su país natal, uno de la costa Oeste de África, después de un viaje que no quiere recordar. Aquí encontró trabajo, bueno, jornadas de más de 10 horas en pie limpiando pescado y gracias… Encontró un compañero (otras no lo encuentran) y quedó embarazada (muchas de las otras también). Empezó a venir a Misa, empezamos a conocernos… de un día a otro nos dijeron que teníamos que estar confinados.

Confinados en una casa que alquilan entre varios (¿cuántos en cada habitación, cinco, diez…?). Eso sí, podían ir a trabajar porque la máquina de hacer dinero no se puede parar, caiga quien caiga. Un día, en el trabajo, encerraron a todos, marroquíes y migrantes, para hacerlos el test. Muchos dieron positivo y todos quedaron en cuarentena en los mismos frigoríficos donde trabajaban, así un día y otro… sin condiciones, sin intimidad. Nos llaman por teléfono, nos turnamos para llamar, animar… no nos dejan visitarlos. Impotencia. Confinados también nosotros salimos a las calles, como quien va a comprar, al encuentro de gente en necesidad, unos conocidos, otros que se han tirado fuera porque ya les da igual la multa… no tienen nada que perder y tienen hambre. Tenemos un amigo musulmán con el que organizamos una campaña de ayuda alimentaria, uno, dos, tres veces… allí todos se habían olvidado de hacer algo porque no salía en las fotos. Luego ya llegaron, como en otros lugares, las ayudas alimentarias oficiales. 

Nuevas pruebas Covid. Como Mary está embarazada la llevan al hospital. Llamamos a nuestro amigo, digamos que se llama Yunis (Jonás) porque ha salvado a muchos migrantes de la tripa de la ballena. Arregla todo para que la cuiden, las medicinas… pero no nos dejan verla. Nos hablamos, rezamos… ella no se fía, dice que está bien… pero el niño…¿toma las medicinas? Muchos no lo hacen. Bueno, saldrá tal vez en unas semanas. Mientras tanto, otros muchos son trasladados a centros de la zona para hacer cuarentena o para curarse de Covid: “comemos bien”, nos dicen, “nos dan medicinas”… pero no todos las toman, no se fían, ¡tanto ya han pasado! El fin de semana nos turnamos para enviar un mensaje de ánimo: la Palabra de Dios del domingo. Luego celebramos unos en sus casas, los oblatos en la Iglesia, que, como antes del Covid está siempre llena y siempre vacía. Cuaresma y Pascua Nuestros amigos musulmanes tampoco pueden rezar en las mezquitas, Ramadán, Eid el Fitr, Eid al-Adha… nostalgia religiosa. Nos consolamos unos a otros.    

Después de varios meses abren las mezquitas, podemos abrir también nosotros las Iglesias  en El Aaiún y en Dakhla, no así en El Marsa donde vive Mary. Vamos y venimos. Antes de entrar en Dakhla, PCR obligatorio, si no, no pasas. Eso para poder entrar a celebrar el fin de semana. Así una, dos… alguno hasta más de seis veces el test, a veces después de esperar más de cinco horas después de un viaje de otras seis horas... celebramos, aún enmascarados… nos consolamos y esperamos. Más cuarentenas, algunos trabajan, otros no. Los niños con minusvalías de Dakhla han tenido que cerrar el centro. Las trabajadoras se han inventado el “teletrabajo” a su manera. Utilizando WhatsApp dicen a las madres cómo son los ejercicios de rehabilitación, fisioterapia, logopedia… ¡funciona!  ¡Hasta los hermanos de los niños colaboran y aprenden! Bouh está contento, se emociona, nos emocionamos. Él quiere volver a abrir el centro cuanto antes…pasan los meses y lo logra. Seguimos, a pesar de todo y de algún niño que nos dejó en este tiempo. Serán nuestros ángeles.  

Volvemos de Dakhla, suena el teléfono. Nos llama la amiga de Mary: comenzaron los dolores de parto. Aunque El Marsa esté aislado se logra llegar a El Aaiún. Yunis prepara todo en el hospital para el parto, tenemos miedo… porque de tantas otras que en estos meses (más de ochenta) nuestros mediadores han acompañado, algunas quedaron o quedaron sus niños. Rezamos. Nos llaman: ¡ya nació Yosuha! Yunis hace todo lo posible para que podamos visitarla, como lo ha hecho para poder visitar a otros enfermos en todo este tiempo y antes. Vemos a Mary, contenta con Yosuha. Conocemos a su compañero que parece asustado. Nos dicen que todos están bien. Reímos.

Pasan los días: viajes, enfermos, naufragios, gente que deja de trabajar, gestiones por teléfono, ayudas de alimentos, medicinas,… Nuestros mediadores, también migrantes, están agotados, pero están contentos. Nosotros también, preocupados, no sabemos lo que podremos hacer el mes que viene ni al otro… confiamos, preparamos el próximo año… Vamos, venimos, celebramos la misa, oramos, escuchamos, ayudamos,  no sabemos qué más hacer, luchamos…vivimos.

Hoy sacamos esta foto. Hace ocho meses que no había misa en El Marsa. Estamos unos pocos, casi escondidos, sin abrir las puertas todavía, enmascarados… “Si esto sigue así tendremos que irnos a otro lado  porque no hay trabajo para nosotros”, dicen. “¿A Canarias?”, pregunto… “No, de momento a Casablanca”, me dicen riendo como quien juega al escondite. “Cuando abramos las puertas, tendremos que celebrar la bienvenida a la comunidad de Yosuha” propongo. “Sí” dice Mary con voz fuerte, casi cantando y con una sonrisa que me desarma. Sonrío, sonreímos, soñamos… Ángeles, pastores, magos, estrellas, cantos, llantos… Marías y Joseses y Jesuses…en el Sáhara.

¡Y luego dicen que no habrá Navidad este año!

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