PALABRAS DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A LOS OBLATOS DE MARÍA INMACULADA*
Sala de las Bendiciones
Miércoles 15 de marzo de 1961
A LOS OBLATOS DE MARÍA INMACULADA*
Sala de las Bendiciones
Miércoles 15 de marzo de 1961
Queridos misioneros oblatos de María Inmaculada:
Para el Papa es una gran alegría acogeros con vuestro Superior
General, nuestro celosísimo hijo León Deschátelets, e impartirnos una
especialísima bendición a vosotros, queridos misioneros, reunidos aquí de todo
el mundo.
Como sabéis, hemos colocado en la Biblioteca, en la que
concedemos audiencia diaria, el gran mapa que nos dieron vuestros hermanos, los
misioneros del Verbo Divino. Y nos sentimos dichosos, cuando recibimos a
obispos de los países más lejanos, de mostrarles ese globo y de examinar con
ellos la distribución geográfica de sus campos de apostolado, mientras nos
facilitan datos detallados sobre los lugares y determinan sus dificultades y
esperanzas. Podemos deciros que en ese momento el corazón del Papa late al
unísono con el del Obispo presente y experimenta con emoción exultante el
sentimiento de su paternidad universal.
Hoy, en cambio, por razón del origen de cada uno de vosotros,
estáis, por decirlo así, ante Nos el cuadro vivo de la evangelización en el
mundo: Continente ártico, Canadá, Estados Unidos, Méjico, América del Sur,
Haití, África del Sur, Australia, Ceilán, Filipinas, Japón, Irlanda, Holanda y
Bélgica. Y vosotros habéis venido a templar vuestras energías espirituales a
Roma, antes de volver a llevar el mensaje del Evangelio a todo el universo.
"Creced y henchid la tierra", decía nuestro predecesor León XII,
de inmortal memoria, al recibir el 17 de enero de 1825 a vuestro fundador,
Monseñor Eugenio de Mazenod. Y he aquí que en este año del centenario de su
muerte, os habéis convertido en una valerosa falange que difunde por todos los
continentes el amor de Dios y acrecienta el número de los hijos de la Iglesia,
madre de nuestra fe; la Iglesia, fuente de nuestra salvación en Nuestro Señor
Jesucristo; esta Iglesia que ensalzó con admirable piedad filial el Obispo de
Marsella, vuestro fundador: "Universal o católica se extiende a todos las
pueblos, a todos los climas... Se le han dado en herencia todas las naciones (Ps.
2,8) para que el Señor reine por doquier, para que los continentes exulten y se
alegren las numerosas islas (Ps. 96,1)... para que desde el amanecer hasta la
noche el nombre del Señor sea grande entre las naciones, para que en todo lugar
se le sacrifique y se ofrezca en su nombre una víctima pura y sin mancilla (Malach.
1,11)" (Mandato de Monseñor de Mazenod, 10 de abril de 1842).
Que este amor ardiente al Obispo, queridos misioneros, que
acabáis de afianzar durante vuestra estancia junto a los sepulcros de los Santos
Apóstoles Pedro y Pablo, inspire todo vuestro apostolado. Que, con una audacia
sobrenatural y tenacidad prudente, escribáis en el libro de oro de la Iglesia
misionera una nueva página, que será un testimonio elocuente de la eterna
juventud conquistadora de la Esposa de Jesucristo, fecundada por el Espíritu
Santo y, que, a pesar de tantas y dolorosas persecuciones, se extiende como
una señal deslumbrante de Dios entre las naciones.
¡Animo, queridos hijos! ¡Que el Señor bendiga vuestro celo y
haga fructificar vuestra labor! De todo corazón impartimos a vosotros, a
vuestras familias y a todas las almas que os están confiadas, nuestra
afectuosísima y paternal bendición.
*
Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 169-170.
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